El miércoles 24 de febrero de 2016 se quedará grabado en mi mente durante mucho tiempo. Por desgracia, aquella tarde perdí lo poco que me quedaba de fe en el servicio público de este país. Me cobran cientos de euros cada mes en forma de Seguridad Social para darme de bruces cada vez que acudo a una consulta o acompaño a mi pareja. ¿Eso vale tanto dinero? Yo diría que no pero igual me lo cobran a final de cada mes. Increíble.
Aquel fue el día en el que mis sospechas sobre la sanidad pública en España se confirmaron: no puedes fiarte de ellos. Mucha gente les tiene respeto irracional a los médicos, es como si fueran santos que saben siempre lo que hacen y su palabra va más a misa que la de Rouco. Pues no, para nada. Se equivocan al igual que todos los demás con la diferencia que sus errores pueden causar grandes estragos en la salud de las personas.
La situación
Mi novia había tenido una infección de orina persistente una semana antes y debido al dolor que padecía en la zona íntima decidimos acudir a urgencias en "La Paz" - hospital universitario al lado de las cuatro torres de la Castellana. Ese sitio no lo olvidaré jamás, tampoco, y puede que tenga que volver dentro de poco.
La tarde-noche empezó regular. Había cancelado mi trabajo aquella tarde porque presentí que algo podía no ir bien aunque me mantuve optimista, como siempre. Además, no quería que Tamy estuviese preocupándose más de la cuenta aquella tarde.
Atasco de trámite en la Castellana y llegamos. Una vez en estas urgencias, pasamos a una salita donde una becaria - quiero pensar - nos atendió. Lo típico, cómo te sientes, cuántas semanas llevas de embarazo, por qué vienes, etc. Yo estaba un poco ensimismado pensando en lo que íbamos a tardar en salir de allí bien atendidos, tal vez un par de horas siendo realista.
En ese momento, Tamy añadió que no puede tomar un medicamento: Rhodogil.
La cara de póker en la enfermera solo introdujo lo que vino después:
- Y... ¿Eso qué es? - preguntó ella.
Intercambié una breve mirada de incredulidad con mi novia. Bueno, no habrá escuchado bien, cosas del directo y demás. No pasa nada, pensé.
- Rho-do-gil. Un antiinflamatorio al que soy alérgica. - contesto Tamy.
- Ahh... ¿Cómo se llama, roo-gil?
- Rhodogil.
- Vale, vale. - Y se puso a anotar algo.
Pues el desconocido "Rogil" apareció en el parte horas después y sigo sin saber quién es ni qué pinta allí. Sí, horas en plural y varias. Pero no nos saltemos lo mejor de la noche por este pequeño incidente que ya apuntaba las maneras de aquel servicio.
César P.
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