10 de marzo de 2016

La maravillosa atención de La Paz – parte 3

Tamara salió del baño como alma que trae el diablo y me gritó algo. La segunda vez que habló fue cuando entendí:

-          ¡Tenemos que volver a entrar!

Caminamos a la puerta de la zona de atención y creo que estaba abierta porque entramos de alguna forma. Dentro, un largo pasillo con puertas a un lado y salas al otro. Mucho espacio vacío porque no había nadie salvo un solitario saltimbanqui: el “risitas”. La vida es así, cuando necesitas algo está roto o deja de funcionar o hay un tipo que te suelta un comentario de mierda y pasa de ti:

-          Estoy sangrando, ¿me pueden ver de nuevo, por favor?
-          Ah… err… uh… ¿eh?
-          ¿Me puede revisar de nuevo? Estoy sangrando.
-          Hm, la doctora ha subido. Cuando vuelva si eso…
-          ¿Y no hay nadie más?
-          Hm, bueno, no. Espérate un rato a que vuelva…

Más espera, claro. ¡Cómo no anticipé esta respuesta! Después de todo, la RAE ha cambiado la definición de urgencias a “lugar donde se espera a que pase algo” hace años, ¿no lo sabíais? Los funcionarios están más al día del significado de las palabras, tienen carreras, ¿sabéis?

-          ¿Y va a tardar mucho?
-          Pues… no sé, media hora o así

Cara de póker por nuestra parte. Entonces noté que mejor ayudaba a Tamy a salir de allí, no fuese a ser que se enfadase demasiado. Cabe decir que el risitas acompañaba cada expresión con una mueca sardónica de lo más molesta y soltaba risas en medio de una situación delicada: una embarazada al borde del pánico. Estaba muy asustada.

En su defensa diré que este sujeto dejó caer que era “normal” que sangrase ella después de un tacto vaginal. Yo lo entendí y acepté la explicación lógicamente; máxime teniendo en cuenta que Tamy me había dicho que le hicieron daño previamente. Pero también sabía una cosa: no había forma humana de hacer entender lógicamente a una madre preocupada por su bebé que esa podía ser una explicación coherente.


Nos sentamos. No pasó demasiado hasta que llamaron a Tamara de nuevo. Al menos el risitas pasó el aviso, porque lo que es lucirse en el trato al paciente, para eso no tenía madera. Me quedé allí un poco confundido con el vaivén de cosas que acababa de pasar. Por segunda vez en la noche, pensé que las cosas se calmarían un poco. Me equivoqué. Tamara salió llorando.

César P.

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