Tamara salió del baño como alma que trae el diablo y me
gritó algo. La segunda vez que habló fue cuando entendí:
-
¡Tenemos que volver a entrar!
Caminamos a la puerta de la zona de atención y creo que
estaba abierta porque entramos de alguna forma. Dentro, un largo pasillo con
puertas a un lado y salas al otro. Mucho espacio vacío porque no había nadie
salvo un solitario saltimbanqui: el “risitas”. La vida es así, cuando necesitas
algo está roto o deja de funcionar o hay un tipo que te suelta un comentario de
mierda y pasa de ti:
-
Estoy sangrando, ¿me pueden ver de nuevo, por
favor?
-
Ah… err… uh… ¿eh?
-
¿Me puede revisar de nuevo? Estoy sangrando.
-
Hm, la doctora ha subido. Cuando vuelva si eso…
-
¿Y no hay nadie más?
-
Hm, bueno, no. Espérate un rato a que vuelva…
Más espera, claro. ¡Cómo no anticipé esta respuesta! Después
de todo, la RAE ha cambiado la definición de urgencias a “lugar donde se espera
a que pase algo” hace años, ¿no lo sabíais? Los funcionarios están más al día del
significado de las palabras, tienen carreras, ¿sabéis?
-
¿Y va a tardar mucho?
-
Pues… no sé, media hora o así
Cara de póker por nuestra parte. Entonces noté que mejor
ayudaba a Tamy a salir de allí, no fuese a ser que se enfadase demasiado. Cabe decir que el risitas
acompañaba cada expresión con una mueca sardónica de lo más molesta y soltaba
risas en medio de una situación delicada: una embarazada al borde del pánico.
Estaba muy asustada.
En su defensa diré que este sujeto dejó caer que era “normal”
que sangrase ella después de un tacto vaginal. Yo lo entendí y acepté la
explicación lógicamente; máxime teniendo en cuenta que Tamy me había dicho que
le hicieron daño previamente. Pero también sabía una cosa: no había forma
humana de hacer entender lógicamente a una madre preocupada por su bebé que esa
podía ser una explicación coherente.
Nos sentamos. No pasó demasiado hasta que llamaron a Tamara
de nuevo. Al menos el risitas pasó el aviso, porque lo que es lucirse en el
trato al paciente, para eso no tenía madera. Me quedé allí un poco confundido
con el vaivén de cosas que acababa de pasar. Por segunda vez en la noche, pensé
que las cosas se calmarían un poco. Me equivoqué. Tamara salió llorando.
César P.
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