Ya
hay fecha oficial para el nacimiento de mi primogénito: el 25 de
marzo. (¿Nacerá para el día del padre?) Lo he marcado en todos los calendarios y aunque sea una fecha
orientativa es como si se hubiese vuelto “más real” ahora que
sabemos cuando salimos de
cuentas. Resulta un poco molesto que hayan tardado hasta mediados del
séptimo mes para decirnos esta fecha. Pero bueno, lo que importa es
que orientativamente sabemos con algo más de precisión cuándo
podremos tener a nuestro pequeño en brazos.
Estoy extasiado. No tengo palabras para describir la amalgama de
sentimientos que me embargan cuando pienso en cómo será mi pequeño,
en cómo dará sus primeros pasos o en cómo irá creciendo. Es una
larga espera para un futuro padre la que le toca aguantar hasta que
su pequeño está preparado para enfrentarse al mundo. Solo espero
que todo salga bien. No quiero siquiera pensar en todas las posibles
complicaciones porque no quiero entrar en pánico de ningún tipo.
Soy consciente de lo que involucra el proceso, tal vez demasiado. Es
una de las primeras veces, qué diablos, la primera vez en mi vida en
la que no intento aprender todo lo que pueda saber sobre el tema.
Quiero estar allí y vivirlo, no quiero saberlo todo porque creo que
le quita magia al misterio de aprender a ser padre. Eso sí, lo
básico lo controlo de sobra con creces, hay unos mínimos. A pesar
de mi reticencia, creo que acabaré tarde o temprano devorando un par
de libros más sobre lo que se supone que debo saber ahora mismo. Los
libros no te preparan para la vida pero mejoran tus opciones ante
determinadas circunstancias a menudo. Me siento emocionado, nervioso
a veces, tranquilo por lo general y, sobre todo, impaciente.
No puedo esperar para conocer a mi pequeño, siento que la necesidad
sale de mi pecho. Quiero saber cómo es y si está bien. Ahora sé
que lo está pero cuando nazca podré verlo y comprobar por mí mismo
su estado. Es distinto. La experiencia de un padre es completamente
distinta a la de una madre durante el embarazo, me siento
desconectado de la relación íntima entre ambos. Mi hijo ahora se
comunica mayormente con su madre aunque he notado sus movimientos y
he escuchado sus latidos. Aún así, mi interacción con él está
supeditada a lo excepcional. Por eso, creo que mi espera es más –
casi – angustiada que la de ella, yo no le percibo de forma íntima
como ella hace a diario.
César P.
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