6 de enero de 2016

Cómo llevar tu cuerpo donde nunca ha ido antes (parte III)

El segundo día, estimé que necesitaba menos tiempo para llegar hasta el punto de entrega del documento que no debía completar al 100% así que intenté una aproximación distinta al problema en cuestión. Lo que hice fue cenar pronto, dormir una hora u hora y media. Eso sí, aventurando que me iba a quedar dormidísimo le dije a mi novia la hora a la que planeaba despertar para ponerme en el ordenador a echar humo tecleando. Ella tuvo la consideración de dejarme dormir una media hora larga más y me sentó de lujo.

El despertador falló estrepitosamente en su cometido, lo apagué o pasé de él. Para mi sorpresa, me levanté con la cabeza en su sitio y en unos minutos pude estar tecleando a máxima velocidad. Fue una pasada y me cundió muchísimo. Mi cerebro descansó en solo 90 minutos. ¡Eso es selección natural o algo! Sin esa siesta, intentar trabajar habría sido un esfuerzo inútil a todas luces.
  
Estuve escribiendo unas tres horas hasta que empecé a notar el cansancio. Como ya había llegado al punto en el que quería dejar este documento para revisión, preparé unas pocas cosas, hice algunas correcciones rápidas en otros proyectos y me fui a dormir mis cuatro horas de seguido. Me levanté, otra vez contra pronóstico, muy descansado.

Se nota que mi cuerpo se aplicó al máximo en el descanso ya que sabía lo que le esperaba. La jornada de ayer transcurrió sin novedad salvo un maldito autobús que me dejó tirado una hora pero ya había estimado esta pérdida de tiempo en el peor de los casos así que no llegué tarde a mi último destino antes de volver a casa. Nunca te fíes del transporte público de las narices y menos la primera vez que vas a un sitio adonde solo lleva un autobús. Doce horas fuera sin novedad salvo la comprobación por enésima vez de que el sistema de transportes público deja mucho que desear en algunos lugares; pues eso, efectivamente sin novedad.


Después de la tormenta, llegó la calma. Anoche me lo tomé con calma. Me eché otra siesta de una hora - involuntariamente- al volver pensando en trabajar un rato antes de el descanso más largo. Cosa de una hora o algo así. Me idea era echarme para hacer la digestión pero el cansancio pudo conmigo. Fue gracioso porque cuando desperté no sabía qué diablos había pasado. En el siguiente artículo, analizaré lo que he aprendido con todo esto.

César P.

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