Estoy acostumbrado a los “fracasos”
como parte de mi trabajo. Debido a que soy autónomo, me toca contactar y llegar
a un acuerdo con los clientes antes de empezar a dar las clases. Es habitual
que alguien no esté de acuerdo con la oferta que le hago; mayormente por
cuestión de horarios. Los padres suelen buscar un horario que no les perturbe
las tardes pero como no puedo teletransportarme todavía, mi disponibilidad es
limitada. Luego, también está el precio y, en ocasiones, mi forma de plantear
las clases.
Sorprendentemente, la
gente no suele poner en duda mi conocimiento sobre las asignaturas que imparto.
Como he dicho, el mayor inconveniente a la hora de captar a un nuevo cliente es
el horario de las clases puesto que algunos no son nada flexibles con este
asunto. A mí cada vez me interesan menos quienes imponen en vez de negociar.
Hay mucha gente que necesita ayuda de un profesor como para preocuparme por
quienes exigen ciertas franjas horarias. Además, suelen ser los que menos
continuidad tienen en las clases y, encima, los que más te exprimen.
En ocasiones, me tomo un
poco más a pecho los “fracasos” o, mejor dicho, el rechazo de un alumno. Hace
poco, me encontré a un chaval que era de
letras y quería prepararse para entrar en medicina, para lo cual necesitaba
aprender matemáticas y ciencias. Era un caso perdido desde el comienzo, ya que
sus objetivos no eran para nada realistas. Él necesitaba dominar matemáticas de
primero de carrera en tres meses y partíamos de nivel de ESO mal aprendido.
Irreal. Sin embargo, acepté embarcarme en esa aventura porque me recomendó un
amigo.
Después de la primera
clase con este alumno, me di cuenta de que iba a ser complicado pero fui
optimista, empecé a planificar el estudio y pensé en los ejercicios que le
vendría bien para asentar la base. Cuál sería mi sorpresa aquella tarde al
enterarme de que el chico se había apuntado a una academia, según me comentó, y
me cancelaba las clases. Intenté averiguar el motivo de su cambio de planes
infructuosamente. Pensé que había sido un mal profesor, que tal vez había
explicado mal los contenidos la primera clase, etc.
Poco después, hablé con
un colega que se dedica a dar clases desde hace más tiempo y me ayudó a darme
cuenta de lo evidente: de la imposibilidad de enseñar a alguien tanto temario
en tan poco tiempo. Como bien dijo Julián aquel día, igual me he quitado un
buen marrón de encima con este alumno. Pero a veces acabo siendo demasiado
crítico conmigo mismo a pesar de que todos los alumnos que tuve en agosto
recuperaron sus asignaturas salvo uno al que le quedó una de dos materias. Not
bad.
César P.
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