Creo que han
pasado casi cuatro años desde la última vez que vine a Disneyland
París. En aquella ocasión, vine con mi novia de aquel entonces.
Ahora, vengo con mi pareja actual. Casi paree que he cogido costumbre
a venir en pareja a Disney, casi. Otra similitud es que en ambos
casos – se podría decir que – cumplía algún tipo de promesa.
Mi vida ha cambiado mucho en estos pocos años. Hay cosas que han
desaparecido por completo, amistades que se han para no volver jamás,
historias de amor que llegaron a su desenlace, una carrera que por
fin acabé, etc. Y, ahora, sueños que estos haciendo realidad.
Sin
duda alguna, mi vida ha pasado por altibajos diversos en estos años.
No puedo evitar preguntarme, ¿Disney seguirá igual? Ese lugar
mágico que recuerdo haber visitado hace algún tiempo, ¿seguirá
inmutable? ¿De dónde surge el incansable deseo de sentirnos únicos,
especiales e – incluso – mágicos?
Tras recorrer las calles de Disneyland, he comprobado que sigue
siendo un lugar apacible que consigue sacarte más de una sonrisa.
Sus calles y atracciones no han cambiado apreciablemente. Eso sí,
este lugar sigue siendo un agujero negro para el dinero.
No sé qué me
dolerá más al terminar la tarde, si las piernas, la espalda o la
cartera. Hoy hemos sacado fuego a la Visa pero también hemos quemado
el efectivo. Tanto así que ha desaparecido el cash. Lo que pasa en
Disneyland, se queda... bueno, no, la diversión y los recuerdos
valen la pena. Pero bueno, una vez cada varios años, no hace tanto
daño, ¿no? He montado en varias atracciones en las que no había
subido la vez anterior. He echado muchas fotos, hemos pateado los dos
parques sin parar salvo para rellenar la botella de agua. Y, para
rematar la jornada, hemos visto el desfile de los personajes en
Disneyland. Justo cuando nos íbamos saltaron las fuentes del
castillo a modo de despedida.
Una pequeña
coincidencia que sirve de guinda para el pastel. París y Disneyland
bien valen un sueldo. Sabéis que no exagero, este viaje de una
semana a la ciudad de las luces ha sido – de lejos- el más caro
que me he costeado. También ha sido una experiencia única en la
cual han pasado innumerables cosas difíciles de olvidar. Hay cosas
que solo se viven una vez en la vida, o unas pocas veces. Volvemos
hechos polvo después de una jornada llena de sensaciones intensas
que han abarcado casi todo el abanico posible salvo la tristeza.
Miedo, euforia, estrés y mucha risa. Al final, solo quedan las
risas.
El buen rollo es
lo único que nos acompaña de vuelta al hotel. Esperaba sentirme
mucho más cansado pero a la puesta de sol sigue un frescor en el
aire que reanima el cuerpo. No tengo nada de cansancio ahora mismo,
creo que dentro de mí hay demasiada energía contenida. En
conclusión, Disneyland mola mogollón.
César P.
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