Si tuviese que
mencionar un inconveniente de tener perros optaría sin dudarlo por
quejarme de su corta longevidad en comparación a la nuestra. Los ves
crecer, correr, saltar y jugar; al paso de unos años los ves decaer
y morir. El mejor amigo del hombre solo vive entre 10 y 15 años. La
mayoría de las razas está más cerca de la década incluso siendo
generosos. Sin embargo, Chucky, un pequeño shit-zu mestizo blanco y
negro, ha vivido más de la media para los perros de su raza, 20
años.
La mayor parte de
ese tiempo, ha tenido una vida bastante cómoda, ya que solo ha
sufrido los achaques de una avanzada edad en los últimos meses. No
está nada mal para un perro que jugaba poco pero que siempre se
alegraba al salir a pasear o cuando venía alguien. Por desgracia,
debido a su sufrimiento, será sacrificado en unos minutos. Hoy, es
el último día para Chucky, que deja un gran vacío en quienes lo
recordaremos.
Por
azares del destino, han llegado dos pequeñas perritas a la familia
recientemente, Laika y Lulú. Tan solo han podido ver a su primo
mayor
en una o dos ocasiones, ya que éste no podía moverse por su
enfermedad. A veces, pienso que unas puertas se abren justo cuando
van a cerrarse otras. El flujo de la vida continúa por nuevos
caminos. Aunque intente darle el enfoque más razonable, hoy es un
día triste. Toda la filosofía del mundo no basta para cambiar este
hecho: siempre duele cuando alguien se va.
Recuerdo
cuando hace años me dio por sacarlo a pasear, tenía en mente poner
al perro en forma por algún motivo. Será que vi demasiado al
Encantador de
Perros y
pensé que podía hacer algo de lo que veía en el programa. Después,
intenté adiestrar a Chucky para que no tirase de la correa sin
mejores resultado. Por aquel entonces, quien necesitaba más el
entrenamiento era yo y no el perro. Con el paso del tiempo, he
descubierto que no hace falta hacer nada, justo como decía César
Millán, solo hay que transmitir la energía correcta. En aquellos
años, yo no tenía tal equilibrio.
Con Laika, la recién llegada a la casa, las cosas son más fáciles.
En tan solo unos pocos paseos ella dejó de tirar de la correa como
una loca. ¿Qué hice mejor esta vez? Nada. Así me di cuenta de mi
cambio. Ahora soy una versión distinta que aquel joven que intentaba
educar a Chucky en contra del dicho que reza que a perro viejo no se
le enseñan nuevos trucos. Aquello que intenté, sin embargo, me ha
servido para aprender. Y es que no hay mejor libro de texto que los
errores de uno mismo; si estamos dispuestos a mejorar.
Chucky, pequeño amigo, hoy te vas para no volver. En cierta forma,
mejor será que no sigas sufriendo. Has vivido una vida agradable
durante más años de lo que cabía esperar. Eras poco juguetón
cuando te conocí pero tenías tu particular encanto con ese caminar
quebrado. Los que nos quedamos no te olvidaremos. Solo puedo decirte
gracias por acompañarnos tanto tiempo.
César P.
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