Queda claro que la vida en la gran
ciudad no es todo ventajas. Si bien es agradable tener “todo” a
mano, hay serias desventajas que surgen de un hacinamiento tan
elevado de personas, como las enfermedades. Hay quien me ha comentado
que tras vivir toda su vida en el ambiente rural nada más venir a
una ciudad grande, como Madrid, ha sufrido diversos malestares. La
única explicación a ponerse malo de pronto parece ser el exceso de
personas. Estar tan cerca de tanta gente aumenta las probabilidades
de contraer un virus, eso no debe ser motivo de sorpresa pero,
tampoco, de paranoia.
Desde siempre, un individuo que contrae
una enfermedad infecciosa se lo puede contagiar a otros semejantes.
Lo que sucede hoy en día es que las ciudades pueden ser focos
infecciosos de mucho cuidado debido a la ridícula cantidad de
personas que transita por las calles principales y por todos los
factores que contribuyen a la difusión de un virus o bacteria. A
pesar de que tomamos medidas para prevenir estas situaciones, cada
año la gripe se hace con muchas víctimas y no hay mucho que se
pueda hacer al respecto. Todo lo que existe es paliativo, ya que el
cuerpo humano es el encargado último de autocurarse.
A veces me
pregunto si vivir así nos hace más fuertes o nos debilita. Creo que
depende de la edad y de la persona, ya que durante la infancia vivir
en una ciudad contaminada es lo peor que nos puede tocar pero durante
la adultez, cuando las defensas ya han hecho su trabajo de
investigación, contamos con un buen escudo para muchos males comunes
del que las personas de origen rural carecen por falta de exposición
a tantos microbios. Resulta irónico, ¿verdad? Pero así es como
funciona el sistema inmunitario.
Es bien conocido
los efectos nocivos de una atmósfera contaminada, a los hechos me
remito al decir que ahora más que nunca hay un porcentaje importante
de personas que sufren diversos males respiratorios. Las alergias
parecen aumentar cada año e incluso tienen pinta de pegar más
fuerte, hay un número apreciable de casos de cáncer de pulmón y
una considerable lista de enfermedades relacionadas con las vías
respiratorias. La realidad es que no respiramos bien como sí hacían
antaño nuestros abuelos.
¿A alguien le
sorprende? Vivimos en una atmósfera en la que se puede saborear los
gases de escape de los coches sin esfuerzo. La contaminación del
aire no es ningún problema a tomar a la ligera, ya que nos afecta a
todos y no solo causa estragos locales, ya que el viento arrastra las
partículas en suspensión muchos kilómetros. A este paso, cada vez
nos va a parecer menos exagerado llevar mascarilla como hacen en
algunas ciudades asiáticas.
César P.
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