Todos nos habremos
sentido desanimados y decaídos en más de una ocasión. Es más, nos
habremos encontrado completamente hastiados. En ese estado, es casi
imposible disfrutar de nada de lo que se hace, aunque sea algo que
proporcione entretenimiento o placer. Es como si se nos apagase el
interruptor que permite disfrutar de la vida. Sin embargo, debemos
seguir cumpliendo con nuestras obligaciones aunque nos cueste
enormemente. ¿Cómo hacer algo así cuando la indiferencia infinita
se apodera de nosotros?
Causas
Debido al estilo
de vida que muchas personas llevamos en nuestra sociedad no es
sorprendente que el cuerpo y la mente nos suelten un “¡hasta
aquí!” en alguna ocasión. Esto sucede cuando se sobrepasan
límites físicos y psicológicos con los cuales no conviene jugar.
O, lo que es peor, ambos al mismo tiempo para más inri. La mejor
respuesta es estar preparado y conocerse a uno mismo para no pasar en
el pozo demasiado tiempo.
Cómo se llega a esto
Lo que funcione
para algunas personas puede no ser de utilidad para otros. En esto,
como en muchas cosas de la vida, cada persona es un mundo y no se
sigue – necesariamente- ninguna lógica. El asunto va de la
siguiente forma: salta una alarma interna → hastío total → caes
en el pozo → te quedas allí un buen tiempo o sales en cuanto
puedes. ¿Qué es lo que va a pasar? Depende de tu fuerza de voluntad
para no estar “apalancado” mucho tiempo.
Sin ir más lejos,
esta semana he sufrido un fuerte episodio de lo que describiría como
depresión profunda con un toque de indiferencia infinita y una pizca
de agobio existencial. ¿Las causas? Un poco de todo, que si esto no
me sale bien, que si lo otro... pero, sobre todo, la rutina
interminable que nunca acaba y se repite todos los días. Es un
auténtico rollo “tener” que cumplir con tantas obligaciones y
que los resultados no siempre acompañen. Aceptémoslo, desmoraliza a
cualquiera.
Alternativa personal
La rutina es una
cárcel para el espíritu de una persona, eventualmente cansa y eso
no puede llevar a algo bueno. Mi solución personal ante estas
situaciones reside en romper con la rutina y tomarme un tiempo para
hacer algo que realmente me gusta. Aunque al principio parece que
estoy siendo irreponsable solo porque me da la gana, ya que por
fuerza mayor me obligo a incumplir algunas obligaciones, en un corto
plazo da resultado: me cambia el chip mental. Es algo así como una
terapia de “choque” para reiniciar el cerebro. Un poco de
descanso mental en forma de ocio durante algunas durante dos o tres
días y, ¡voilà!, ya estoy de vuelta en mi rutina de siempre.
Conclusión
Lo mejor de todo
es que me siento como renovado, aunque no sé exactamente por qué.
Tal vez sea el pequeño gusanillo interno que se regocija por haberse
saltado “las normas” durante algunos días. En cualquier caso,
creo que romper con la rutina es precisamente lo que hay que hacer
para combatir los efectos nocivos de tanto “cumplir” con todo.
Eso sí, mejor es mantener las responsabilidades al mínimo, ya que
un completo incumplimiento puede acarrear serias consecuencias. Hay
que saber de dónde sacar tiempo libre para curarse a uno mismo.
César P.
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