A lo largo de
nuestra vida somos conscientes – o deberíamos serlo – de
nuestras propias limitaciones. Sabemos, por ejemplo, que no podemos
levantar una roca de una tonelada con una mano pero ni falta que
hace, ya que con un dedo podemos hacerlo mediante la máquina
adecuada. Un principio similar es el que ha encaminado nuestra
evolución como formas de vida inteligente a lo largo de nuestra
historia. O esa es la idea sobre el papel, puesto que cuando miramos
con retrospectiva nos damos cuenta de que parece que vamos más
perdidos que un barco a la deriva.
Sorprendentemente,
evolucionamos a un ritmo frenético aun a pesar de que no hay un plan
escrito en ningún lugar. Sucede, como la vida misma. Es posible que
en eso, precisamente, consista la vida – ya sea inteligente o no –
en una evolución constante hacia ningún lugar determinado, solo
evolución a secas. La gran diferencia entre el resto de formas de
vida de este planeta y nosotros es que nuestra evolución cultural es
muchísimo más rápida que la evolución biológica que sufren todos
los seres vivos.
En efecto, la
evolución darwiniana es muy lenta. Tanto así que no podemos verla
con nuestros ojos pero tenemos indicios hasta la saciedad que
corroboran la existencia de este mecanismo evolutivo: la selección
natural. Nosotros parecemos la única excepción a la regla, por lo
que sabemos hasta ahora, ya que al ritmo que vamos antes de que la
evolución de Darwin nos vuelva a cambiar apreciablemente ya seremos
capaces de modificarnos a nosotros mismos a voluntad desde la base de
la vida: el ADN.
La selección del
hombre es, por lo tanto, el determinante de nuestro viaje por la
vida. Surge entonces la pregunta: ¿y hacia dónde vamos? Cuya
respuesta más general debería ser: ni idea. Solo sabemos que vamos
hacia a algún lugar pero no hay forma de anticipar el futuro.
Ejemplo de ello es que hace unos poquísimos años (digamos un par de
décadas) no se podía – y nadie lo hizo – predecir el momento
actual. Nadie imaginaba, si quiera, el mundo en el que vivimos con
pantallas táctiles por doquier, tecnología inalámbrica, GPS, etc.
Ni qué hablar de
tiempos más largos, como un siglo. Un siglo no es nada para los
tiempos en los que influye la evolución darwiniana, es un parpadeo.
Sin embargo, mucho puede cambiar en este planeta en un tiempo tan
corto. Hay quien dice (Hawking) que si no nos largamos de la Tierra
en un par de centurias estaremos perdidos. Es una posibilidad que no
debería tomarse a la ligera pero no es posible saber si ese es el
tiempo crítico o si disponemos de más tiempo (o incluso de menos).
El tiempo, nunca
mejor dicho, lo dirá.
César P.
No hay comentarios :
Publicar un comentario