Este es uno de mis momentos favoritos en el año: el momento
en el que veo torrijas por todas partes. Sí, lo confieso, siento debilidad por
ese postre bañado en néctar de los dioses con textura suave y, a veces, un poco
crocante o chiclosa. Me da igual, me gustan todas las torrijas. Si están muy
secas, se les moja en leche. Si están jugosas, son perfectas. Siempre saben
genial, ¿có…có-mo lo hacen?
No sé cuál es su secreto, ya que aún no me he propuesto
hacer mis propias torrijas. Por ahora, mi fuente de dulzura es mi madre, que
prepara unas torrijas de muerte. Esta semana he desayunado dos torrijas cada
día y estoy con un subidón de energía cada mañana. La verdad es que hace tiempo
que no se cruzaba alguna torrija por mi camino, creo que habían pasado varios
meses, tantos que ya había perdido la cuenta.
Sin embargo, las torrijas son como las deudas: siempre
vuelven. La diferencia es que no te pasan factura, bueno, puede que te ayuden
demasiado a cuidar la línea (curva)
que tenemos en la cintura. En cualquier caso, no hay torrija que por bien no
venga. Cada vez que hay una bandeja de estas delicias en casa no dura mucho, ya
me encargo yo de hacerles frente antes de que se pongan malas. (Una excusa
genial para la gulosidad, ¿no?)
Hoy, me desperté atrevido. Hice algo que creo que no había
hecho antes: le eché nata a las torrijas. Como no podía ser de otra forma, estaban
de muerte. A veces les pongo algo de miel porque me gusta tomar miel con
aquello que sea compatible con el dulce. Ahora que escribo estas líneas, creo
que las torrijas estarían muy bien con sirope pero no me decanto por ninguno.
Habría que probarlo.
¿Tengo un problema? No lo sé, solo sé que tengo torrijas en
casa y muchas de ellas llevan mi nombre. Lo mejor de la semana santa son dos
cosas: el tiempo libre y… bueno, ya lo adivináis. Creo que deberían hacer más
torrijas, lo digo en serio. En vez de tantas palmeras e historias, deberían
poner torrijas como postre. Sería más saludable (igual no mucho pero supongamos
que sí) y, sin duda alguna, más sabroso (irrefutablemente).
En fin, dentro de poco dejaremos de ver tantas torrijas. De
la misma forma que sucede con los roscones de reyes, las cosas buenas nunca
duran mucho en esta vida. Por suerte, suele haber algo dulce con lo que
contentarse.
César P.
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