Las personas somos seres que vivimos
vidas insignificantes comparadas con la inmensidad del espacio. Tanto
así que resulta descabellado aplicar, actualmente, el principio
antropocéntrico que afirmaba que el hombre estaba en el centro de
universo. Igual de absurdo suena, hoy en día, creer que la Tierra,
una roca más volando en una galaxia más, sea el único planeta
habitado en toda la creación. Sin embargo, aún no se ha encontrado
evidencia de vida extraterrestre, aunque algunas personas parezcan aliens.
Eso no quiere decir que no exista pero
es posible que sí indique que la inmensidad del espacio es
abrumadora. Puede que sigamos solos en el vacío del espacio durante
mucho tiempo, solo porque el tamaño del universo es ridículamente
grande. A pesar de todo esto, que no es moco de pavo, nos dedicamos a
preocuparnos por cosas completamente irrelevantes como acumular
bienes materiales para esta vida y la siguiente. También, vivimos
vidas preocupantemente intrascendentes que no llevan a nada.
¿Dónde queda la aspiración por la
inmortalidad? ¿Es que nos hemos conformado con
vivir como meros mortales sin dejar más que polvo tras nuestra corta
existencia? Detrás de cada escritor, se esconde un rebelde
inconforme con su tiempo, con su sociedad, en fin, con lo que sea. El
acto de escribir es una apuesta por una longevidad asegurada que
llegará más allá de nuestra vida mortal. Así, hay muchos autores
que llevan muertos siglos pero siguen vivos en las clases
universitarias, tanto así que algunos campos del saber quedarían
yermos si se les diese permanente sepultura.
Una persona no muere cuando su cuerpo
deja de funcionar sino cuando todo lo que hizo durante su vida llega
a un final absoluto e irrevocable. Como decía Nietzsche, en el Ocaso
de los ídolos, me niego a ser tan corto de miras como para no
aspirar a la vida eterna. Por eso, cada día pienso en lo
trascendente de esta vida, aquello que está ante mí o a mi
alrededor y que no puedo ver pero que sí alcanzo con la imaginación
y la deducción.
Las fronteras de uno mismo deben estar
en constante crecimiento, ya que lo contrario equivale a la muerte en
vida. Todo ser vivo crece a lo largo de su vida pero llega un momento
en el que el cuerpo ya apenas crece, salvo a lo ancho, como se suele
decir. Sin embargo, el ser humano es capaz de crecer toda su vida,
intelectualmente. Renunciar a este crecimiento, ya sea de forma
voluntaria o involuntaria, es renunciar a la condición humana.
A diario, veo gente preocupada por el
dinero, que corre de un lugar a otro en el suburbano, que sufre, que
se estresa, pero pocas personas parecen estar pensando en algo más
que lo siguiente que deben hacer. Lo trascendente parece brillar por
su ausencia, en nuestra vida diaria, porque hemos trivializado la
vida reduciéndola a una mera lucha por la existencia a pesar de que
nuestra naturaleza es muy superior a la existencia de cualquier otro
ser en la faz de este planeta. Me pregunto, por lo tanto, ¿qué nos
ha pasado? ¿Hemos renunciado a nosotros mismos dejando de lado a lo
trascendente?
César P.
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