Sin ir más lejos,
recuerdo bien como el pasado verano acabé cruzándome con dos
ejemplares de Nietzsche, el Zaratustra y el Ocaso de los ídolos en
espacio de un mes, me leí ambos al menos dos veces cada uno. Poco
antes, había estado leyendo sobre filosofía y había pensado -según
recuerdo – que Nietzsche sería un buen autor del cual leer obras.
Poco después, como si una cosa llevase a la otra, voilà, me
encontré por casualidad con ambos libros.
Hace unos días,
llevaba en la cabeza la recurrente idea de que debo leer más en
inglés y, cómo no, algún clásico de la literatura moderna sería
un buen primer paso en esta empresa. Uno o dos días después, voilà,
me crucé con una versión traducida en paralelo del Fantasma de
Canterville de Oscar Wilde. No soy un fan de los libros traducidos en
paralelo pero bueno, era un librito de segunda mano que estaba a muy
buen precio, ¡tenía que llevármelo!
Creo que desde
siempre o, por lo menos, desde hace suficientes años como para haber
perdido la cuenta, tengo debilidad por los libros. Por desgracia, no
me he leído todos los que tengo en mis estanterías, ¡más
quisiera! Esta es una seria asignatura pendiente que debo culminar
cuanto antes. Siento que estoy la pagando factura correspondiente a
mi déficit de lectura. A veces, no sé cómo precisarlo, me cuesta
pensar en la palabra adecuada o debo consultar demasiado en internet
para dar con una referencia.
Ambos síntomas se
adolecen cuando no se ha leído tanto como se debería, ni tanto como
uno quisiera. Ya sea por escasez de tiempo o por lo que fuere, hacer
recortes en la lectura, simplemente, no es sano para el alma ni para
la mente. Nuestro cuerpo subsiste de la materia orgánica que
ingerimos a diario pero nuestra mente necesita algo más, ese
alimento solo se encuentra en los libros y en la escritura.
Actualmente, me
dedico a escribir de forma habitual más que nunca antes pero carezco
de un hábito igual de constante en la lectura. Un buen libro no
hace falta buscarlo demasiado, ya que aparece ante uno cuando menos
se espera. Puedo usar la misma motivación de la que me serví para
escribir más - y espero que mejor – en la encomiable tarea de
devorar más libros: la superación de mis propias limitaciones.
César P.
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