Antes las cosas
eran muy distintas en todos los aspectos, no solo no había móviles,
ni televisión en HD, ni internet de alta velocidad, sino que los
mismos cimientos de la educación eran completamente distintos. Como
te pasases de listo, te caía un buen castigo, así que lo mejor era
no pasarse de listo con los profesores. Ahora, en cambio, los
profesores son los que no deben pasarse de listos con
los alumnos si no quieren comerse una denuncia o alguna galleta de
buen rollo. Sí, definitivamente los tiempos han cambiado un poco
desde el siglo pasado.
El
otro día hablaba con un amigo con el cual comparto la afición por
la filosofía y por la buena conversación en un sentido más bien
jocoso. Entre risas, me contó como era la mili en
aquellos años en los que había clase de formación del espíritu
nacional, mención ante la cual se apresuró a aclararme que se
trataba de política pero con un título bastante más honorable y
pomposo. No había escuchado de algo así en mi vida, así que mi
cara de sorpresa tuvo que ser muy evidente.
El caso es que había en su clase un listillo de los que siempre hay
en cada clase, el cual, como todo buen listillo, se caracterizada por
tocar la fibra a los profesores con observaciones sagaces y
punzantes. Era el típico alumno que preguntaba lo que no se debía
cuestionar, como bien ciudadano con espíritu nacional, y, para
colmo, remataba la faena con un comentario envenenado.
Así
pues, este chaval cruzó la línea ante un profesor que no iba a
dejar que tuviera alguien más la última palabra. La pregunta fue
algo así como por qué tal cosa es como es,
siendo la respuesta del tono siguiente: ¡Porque sí! El alumno
insistió: Pero, ¿por qué? El profesor sentenció: ¡Porque lo digo
yo y es así! Entonces se oyó un dichoso aquel que sabe el
por qué de las cosas, del viejo
Seneca, resonar en el aula ante el atónito silencio de los demás.
¡Castigado!
El castigo no fue otro que permanecer de cara a la pared durante la
hora de clase, un clásico de los castigos en todos los niveles
educativos antaño, pero con una variante inusitada para mí:
sujetando una peseta de las de antes con la nariz contra la pared.
¡Toma ya! Cara a la pared y nariz contra la peseta, y que no se
caiga que toca más castigo. Como para quedarse bizco uno, ¿no? Creo
yo que, más bien, dichoso aquel que no sostiene una peseta con la
nariz.
César P.
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