Una relación es como la vida misma:
hay periodos de paz y de guerra. A veces, las bombas empiezan a caer
sin previo aviso pero lo habitual es que haya alguna señal, una
especie de declaración de guerra. Acto seguido, los misiles
teledirigidos a la yugular salen pitando y algunos, los mejor
lanzados, hacen diana. Al igual que en los conflictos
internacionales, ninguna pelea de pareja dura para siempre. La
munición se agota y las energías merman. Cuando se han gastado los
cartuchos, se llega a una tácita tregua y, eventualmente, a la paz.
Pero la paz tampoco es eterna. Con el
paso del tiempo surgen nuevos conflictos, se retoman las armas. Es
una lucha en la que ambos contrincantes conocen bien al enemigo,
saben donde asestar los mejores golpes, se aprovechan de los puntos
débiles del otro. No hay descanso, ni campo de batalla, la guerra se
declara en todos los frentes hasta que hay un claro vencedor. Cada
escenario cotidiano puede ser potencialmente un campo de batalla en
cuestión de segundos. Entre el amor y el odio no hay mucha
distancia, como ya se ha enunciado tantas veces, pues ambos
sentimientos son dos caras de una misma moneda: la locura.
Lo mismo son el dolor y el placer para
las sensaciones. Esta coexistencia de contradicciones o, cuanto
menos, de marcados contrastes, hace que cualquiera parezca bipolar
sin serlo. Es como pasar de la noche al día en lo que lleva decir un
par de palabras. Pero, ¿qué es lo que causa los conflictos de
pareja? Podría aventurarme a decir que muchos de los conflictos en
parejas heterosexuales se deben a las diferencias entre hombres y
mujeres, a quienes a menudo les cuesta sintonizarse. Esto, sin
embargo, no explica satisfactoriamente lo que sucede en parejas
homosexuales, luego, debe haber otra fuente de discordia.
Cada persona es un mundo en pequeño,
encapsulado en su cuerpo físico. Es inevitable que uno de los dos
desee algo y el otro quiera otra cosa en un momento dado, la falta de
sincronización volitiva es una de las causas de conflicto más
habitual. También lo es lo que viene a continuación, la dificultad
– o incapacidad – de llegar a un acuerdo. Y así, de una mota de
polvo, puede surgir una guerra pasional que arrastres a los otrora
dos amantes al caos.
Parece ser que sin conflicto no hay
amor así como sin noche no hay día. En ello reside parte de la
magia de una relación, ya que después de cada pelea la
reconciliación acerca a ambas partes un poco más. Sin amor no hay posibilidad de conflicto alguno.
César P.
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