6 de enero de 2015

Para un niño no hay crisis


Los niños tienen el don de ver las cosas de una forma completamente distinta a la perspectiva del mundo de los adultos. Aún no se preocupan por llegar a fin de mes, cuadrar las cuentas o pagar impuestos. El mundo está exento de responsabilidades, salvo mantener un mínimo orden en su habitación, y las horas de ocio son máximas. Por contra, un adulto suele estar preocupado por algo, ocupado o, incluso, estresado por el día a día que le toca vivir.

Se recomienda “ser como un niño” en los ámbitos más diversos de la vida. Ya decía Jesús que para entrar en el reino de los cielos hay que ser como un niño, por la inocencia y la bondad originales. Nietzsche afirmaba que una de las etapas de la transformación del alma para convertirse en el superhombre (un hombre libre) era convertirse en un niño otra vez. Además, casi cualquier manual de autoayuda que recomiende cómo ser más felices se pude resumir diciendo que hay que ser como un niño.

Para muchos adultos puede ser muy difícil entender, es decir, recordar cómo funciona la mente de un niño. A menudo veo por la calle a una madre histérica gritando a su hijo o hija que no debe ensuciar su ropa “porque cuesta una pasta y no es plan de ir así por la vida” cuando el infante en cuestión apenas puede entender el significado de las palabras que le vocifera. Un espectáculo de lo más lamentable, ya que todos fuimos niños y, por lo tanto, no debería ser difícil recordar como era el mundo entonces. Todo era diversión.

¿Por qué la vida no puede ser así siempre? Hay personas que están tan amargadas con sus vidas que irradian un aura de odio tan notable que la respuesta más sensata es alejarse. Es muy triste ver cada día cuantas personas no hacen más que sufrir por las vidas que ellos mismos han elegido voluntariamente. Si no están contentos, ¿por qué hicieron esas elecciones? Y, lo que más me pregunto a veces, ¿qué les impide ser felices desde hoy mismo?

La única respuesta yace dentro de uno mismo. Al perder al niño con el que nacemos, al ahogarlo con responsabilidades absurdas, excesivas cargas, al no divertirlo con las cosas más sencillas de esta vida, así es como perdemos la infancia, y no con el paso de los años. Albert Einstein admiraba la curiosidad sobre todas las virtudes para llegar a tener un amplio conocimiento. Los niños tienen curiosidad por todo cuanto les rodea en el mundo pero la mayoría de adultos ha olvidado lo que significa esta palabra.

Te haré un test muy sencillo, querido lector, para determinar si disfrutas de tu existencia: ¿recuerdas lo último que aprendiste por nimio que sea? Yo sí, hace escasos minutos descubrí que mi portátil puede sostenerse perfectamente estable encima de un secador de manos de tamaño estándar. Si tú, en cambio, no recuerdas lo último que aprendiste, te recomiendo que le des alimento a tu músculo más importante: el cerebro. Alimenta esa curiosidad, disfrutarás más de cada momento presente.

César P.

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