Los niños tienen el don de ver las cosas de una forma completamente
distinta a la perspectiva del mundo de los adultos. Aún no se
preocupan por llegar a fin de mes, cuadrar las cuentas o pagar
impuestos. El mundo está exento de responsabilidades, salvo mantener
un mínimo orden en su habitación, y las horas de ocio son máximas.
Por contra, un adulto suele estar preocupado por algo, ocupado o,
incluso, estresado por el día a día que le toca vivir.
Se recomienda “ser como un niño” en los ámbitos más diversos
de la vida. Ya decía Jesús que para entrar en el reino de los
cielos hay que ser como un niño, por la inocencia y la bondad
originales. Nietzsche afirmaba que una de las etapas de la
transformación del alma para convertirse en el superhombre (un
hombre libre) era convertirse en un niño otra vez. Además, casi
cualquier manual de autoayuda que recomiende cómo ser más felices
se pude resumir diciendo que hay que ser como un niño.
Para muchos adultos puede ser muy difícil entender, es decir,
recordar cómo funciona la mente de un niño. A menudo veo por la
calle a una madre histérica gritando a su hijo o hija que no debe
ensuciar su ropa “porque cuesta una pasta y no es plan de ir así
por la vida” cuando el infante en cuestión apenas puede entender
el significado de las palabras que le vocifera. Un espectáculo de lo
más lamentable, ya que todos fuimos niños y, por lo tanto, no
debería ser difícil recordar como era el mundo entonces. Todo era
diversión.
¿Por qué la vida no puede ser así siempre? Hay personas que están
tan amargadas con sus vidas que irradian un aura de odio tan notable
que la respuesta más sensata es alejarse. Es muy triste ver cada día
cuantas personas no hacen más que sufrir por las vidas que ellos
mismos han elegido voluntariamente. Si no están contentos, ¿por qué
hicieron esas elecciones? Y, lo que más me pregunto a veces, ¿qué
les impide ser felices desde hoy mismo?
La única respuesta yace dentro de uno mismo. Al perder al niño con
el que nacemos, al ahogarlo con responsabilidades absurdas, excesivas
cargas, al no divertirlo con las cosas más sencillas de esta vida,
así es como perdemos la infancia, y no con el paso de los años.
Albert Einstein admiraba la curiosidad sobre todas las virtudes para
llegar a tener un amplio conocimiento. Los niños tienen curiosidad
por todo cuanto les rodea en el mundo pero la mayoría de adultos ha
olvidado lo que significa esta palabra.
Te haré un test muy sencillo, querido lector, para determinar si
disfrutas de tu existencia: ¿recuerdas lo último que aprendiste por
nimio que sea? Yo sí, hace escasos minutos descubrí que mi portátil
puede sostenerse perfectamente estable encima de un secador de manos
de tamaño estándar. Si tú, en cambio, no recuerdas lo último que
aprendiste, te recomiendo que le des alimento a tu músculo más
importante: el cerebro. Alimenta esa curiosidad, disfrutarás más de
cada momento presente.
César P.
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