23 de enero de 2015

Momentos de ira en el suburbano


El estrés está a la orden del día en nuestra sociedad. Vivimos con prisa, vamos de un lado a otro con furia, contamos los segundos, no paramos ni para tomarnos un café sino que lo pedimos para llevar y seguimos nuestro camino. Hay que cumplir horarios, hay que llegar a tiempo, hay que exigirse todo lo posible, en definitiva, hay que exprimir todo lo que se pueda al día. Toca rendir al 110% porque el 100% ya no basta. Y todo esto lo pagamos muy caro.

Nuestra sociedad occidental no es la más feliz del mundo ni mucho menos. Los índices de suicidios y todo tipo de crímenes no bajan sino que en algunos casos suben preocupantemente. ¿Por qué? Porque no somos felices, metemos a presión muchas cosas donde ya no cabe más y acaba pasando lo que predice la física elemental acerca de una olla a presión con vapor caliente: el contenido acaba saliendo a toda mecha por alguna parte.

No seguir un estilo de vida saludable provoca que la locura se extiende como la pólvora. Es complicado mantener una mentalidad positiva cuando suceden ciertas cosas que nos amargan el día poco a poco, como cuando vas a validar tu tarjeta sin contacto y alguien te empuja para pasar antes que tú por el torniquete o cuando intentas salir de un vagón y quienes intentan entrar forman una pared humana en la puerta, no solo impidiendo el paso sino que entran antes de que alguien pueda salir haciendo que la situación empeore.

Se sigue la ley del más fuerte en el transporte público, sobre todo a hora punta, ya que quien empuja más pasa primero y quien adelanta a los demás llega un segundo antes. No sé si es extrapolar demasiado pero diría que la conducta de los ciudadanos de un país en el metro es fiel reflejo de la sociedad en su conjunto. En España, la gente tira para su lado sin mirar a los demás y si te atropellan pasan de largo. En Francia, la gente es más educada y, al menos, se disculpa cuando colisiona contigo como un obús o incuso cuando apenas te rozan. En Alemania, las personas no piden disculpas, siguen su rumbo con la estoica frialdad alemana.

Cada sociedad tiene una personalidad reconocible en el día a día. En este país todos van a su rollo y es raro ver que la gente ayude a un desconocido más allá de sujetar una puerta para que no se cierre en la cara de quien viene detrás. Esto es un eco a pequeña escala de lo que ocurre en una dimensión superior, entre los gobiernos de las CCAA y el Gobierno Central. Entre España y quienes intentan escindir el estado español, etc. Las pequeñas cosas son las causas de todo lo demás y de lo que carecemos se puede dar cuenta observando el comportamiento de las personas en el metro de Madrid cualquier día de la semana.

Un simple viaje en el suburbano sirve de barómetro para determinar el estado de nuestra sociedad: gente enganchada al móvil, jóvenes con la música a tope, los iracundos viajeros que no dejan paso, aquellos que hacen la vista gorda cuando entra un mayor para no ceder el asiento, algún que otro lector, estudiantes que miran sus apuntes, trabajadores agotados que vuelven a casa o van al curro. Las horas puntas son el peor momento para zambullirse en la masa irracional que se desplaza por debajo de las calles de la capital, si queremos un viaje sin estrés es mejor evitar las horas de mayor concurrencia.

César P.

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