El estrés está a
la orden del día en nuestra sociedad. Vivimos con prisa, vamos de un
lado a otro con furia, contamos los segundos, no paramos ni para
tomarnos un café sino que lo pedimos para llevar y seguimos nuestro
camino. Hay que cumplir horarios, hay que llegar a tiempo, hay que
exigirse todo lo posible, en definitiva, hay que exprimir todo lo que
se pueda al día. Toca rendir al 110% porque el 100% ya no basta. Y
todo esto lo pagamos muy caro.
Nuestra sociedad
occidental no es la más feliz del mundo ni mucho menos. Los índices
de suicidios y todo tipo de crímenes no bajan sino que en algunos
casos suben preocupantemente. ¿Por qué? Porque no somos felices,
metemos a presión muchas cosas donde ya no cabe más y acaba pasando
lo que predice la física elemental acerca de una olla a presión con
vapor caliente: el contenido acaba saliendo a toda mecha por alguna
parte.
No seguir un
estilo de vida saludable provoca que la locura se extiende como la
pólvora. Es complicado mantener una mentalidad positiva cuando
suceden ciertas cosas que nos amargan el día poco a poco, como
cuando vas a validar tu tarjeta sin contacto y alguien te empuja para
pasar antes que tú por el torniquete o cuando intentas salir de un
vagón y quienes intentan entrar forman una pared humana en la
puerta, no solo impidiendo el paso sino que entran antes de que
alguien pueda salir haciendo que la situación empeore.
Se sigue la ley
del más fuerte en el transporte público, sobre todo a hora punta,
ya que quien empuja más pasa primero y quien adelanta a los demás
llega un segundo antes. No sé si es extrapolar demasiado pero diría
que la conducta de los ciudadanos de un país en el metro es fiel
reflejo de la sociedad en su conjunto. En España, la gente tira para
su lado sin mirar a los demás y si te atropellan pasan de largo. En
Francia, la gente es más educada y, al menos, se disculpa cuando
colisiona contigo como un obús o incuso cuando apenas te rozan. En
Alemania, las personas no piden disculpas, siguen su rumbo con la
estoica frialdad alemana.
Cada sociedad
tiene una personalidad reconocible en el día a día. En este país
todos van a su rollo y es raro ver que la gente ayude a un
desconocido más allá de sujetar una puerta para que no se cierre en
la cara de quien viene detrás. Esto es un eco a pequeña escala de
lo que ocurre en una dimensión superior, entre los gobiernos de las
CCAA y el Gobierno Central. Entre España y quienes intentan escindir
el estado español, etc. Las pequeñas cosas son las causas de todo
lo demás y de lo que carecemos se puede dar cuenta observando el
comportamiento de las personas en el metro de Madrid cualquier día
de la semana.
Un
simple viaje en el suburbano sirve de barómetro para determinar el
estado de nuestra sociedad: gente enganchada al móvil, jóvenes con
la música a tope, los
iracundos viajeros que no dejan paso, aquellos que hacen la vista
gorda cuando entra un mayor para no ceder el asiento, algún que otro
lector, estudiantes que miran sus apuntes, trabajadores agotados que
vuelven a casa o van al curro. Las horas puntas son el peor momento
para zambullirse en la masa irracional que se desplaza por debajo de
las calles de la capital, si queremos un viaje sin estrés es mejor
evitar las horas de mayor concurrencia.
César P.
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