Nos hemos
indignado (los occidentales) con la matanza gratuita e injustificada
que se llevó a cabo en la sede de Charlie Hebdo, en París, por
parte de un par de radicales yihadistas. Hemos mostrado que no nos
doblegaremos ante atentados terroristas que intentan acallar nuestro
derecho a expresarnos. Como dijo una vez un sabio, aunque no comparta
su opinión, moriría por que ellos tuviesen el derecho a opinar.
Y no la comparto.
No creo que la forma más adecuada de expresarse sea la mofa subida
de tono, la ironía extrema o la ridiculización de símbolos
sagrados para millones de personas, ya sea del cristianismo o del
islamismo. Si fuesen cuatro gatos, tampoco me parecería justificable
un comportamiento como el de estos sátiros. Sin embargo, existe el
derecho de libertad de expresión como un pilar básico de nuestra
sociedad occidental aunque no sea respetado tanto como claman
algunos. Está ahí.
Hay países en los
que este derecho brilla por su ausencia, como Rusia, China o la más
septentrional de las Coreas. El origen de este derecho se remonta a
la revolución francesa, cuando se vertió sangre para defenderlo.
Ahora, más de dos siglos después, un eco de este histórico suceso
ha vuelto a representarse en la capital de Francia. Otra es la
realidad actual, mucho ha cambiado el mundo desde entonces, mas las
cosas siguen igual entre las personas: algunos no quieren que otros
hablen y los mandan callar para siempre usando la violencia ya que
con palabras serían incapaces.
Cuando el homo
sapiens sapiens habla, el troglodita solo sabe responder con
irracionalidad. Incapaz de mantener una conversación civilizada, el
subhombre se frustra, la frustración se acumula dentro como el vapor
en una olla a presión hasta que llega a la presión límite y
estalla con violencia gratuita. Explosiones y disparos, palos y
rocas, ese es el lenguaje del cavernícola que intenta imponer su
regla de vida: quien pega más fuerte manda.
Pero no nos
confundamos, no nos vendemos los ojos con las consignas tan bonitas
que han aparecido estos días. Algunos de quienes claman defender la
libertad de expresión, entrando en el terreno moralista, son los que
golpean a quien les conviene pero aprovechan la ocasión que ha
surgido tras el atentado para ondear la bandera de la democracia, ya
que las fotos quedan muy bien a su lado. Parece haber un pacto no
escrito en ningún lugar entre las potencias mundiales que reza así:
los pobres no tienen derechos.
A día de hoy, las
naciones mejor armadas son las que tienen una economía más fuerte
(para tener armas se necesita dinero, y mucho). Para mantener en la
cima del poder, se dedican a recomendar a
los países con menos capacidad armamentística lo que deben hacer y
si éstos se niegan, los persuaden. Ejemplo de ello son los
conflictos que se han generado por el monopolio del petróleo en
Oriente Medio, donde a Estados Unidos le gusta tanto meter las
narices.
La
hegemonía del más fuerte, la ley de la selva, ha sido llevada a
nivel mundial en forma de política. En Occidente, nos ofendemos de
que unos locos maten a
unos dibujantes pero desviamos la vista cuando se trata de asegurar
ese suculento petróleo para los coches que usamos a diario. Es
civilizado pisotear a gran escala cuando hay dinero de por medio pero
no lo es que nos devuelvan el golpe por donde puedan, eso es
completamente inaceptable. Lo malo de la moral es que se trata de un
cuchillo de doble filo. La moral selectiva solo puede es otra forma
de autoengaño.
César P.
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