A menudo me dicen
que mis días no duran 24 horas, ya que con todo lo que hago es
imposible que mis jornadas tengan la misma duración que las del
resto de la gente. Sin embargo, dudo mucho que las leyes de la física
hagan una excepción conmigo por mucho que me gustaría un trato
especial. Además, recientemente me sorprendo a mi mismo haciendo más
cosas que antes y siento como si los días me cundiesen un poco más.
A pesar de ello, a veces no me alcanza el tiempo para hacer todo
cuanto querría. He aprendido a aceptar que el tiempo es un recurso
limitado y, como tal, hay que gestionarlo con habilidad.
Hace
tan solo una semana o dos, ya no lo recuerdo, terminé de leer un
libro que recomiendo mucho: Emociones tóxicas, de Bernardo
Stamateas. En este libro el autor afirma que uno puede alcanzar lo
que se propone si su forma de ver el mundo, es decir, su filosofía
de vida, es sana. También insta al lector a gastar toda su energía
haciendo cosas, a agotarse haciendo y a dejar de esperar que las
cosas se hagan solas (algo muy improbable), evitar perder
el
tiempo y perseverar. Cualquier cosa que valga la pena, conlleva
esfuerzo. Muchas de las personas, como cita este libro, que fracasan
han sido derrotadas, si no que se han dado por vencidas; han tirado
la toalla.
Leí este libro con mucho interés y tardé más de lo que me lleva
habitualmente leer un libro de tan poca extensión porque releía
pasajes enteros cuando quería asimilar ideas. Le daba vueltas a los
capítulos hasta que sentía dentro de mí que los entendía y,
después de perseverar, algo cambió. De pronto, me di cuenta de que
estaba enfocando mal varios aspectos de mi vida. Entre ellos, la
gestión del tiempo o ciertas facetas de mi relación sentimental.
También tenía algunos asuntos pendientes en cuanto a mi forma de
tomarme mi trabajo, ya que suelo estar muy enganchado a lo que hago.
Por un lado, tenía que gestionar mi tiempo de forma eficiente.
Además, debía hallar un equilibrio menos fluctuante en mi relación
y, por otro lado, no me vendría mal empezar a desconectar un poco
cuando me lo pudiese permitir o cuando me diese la gana hacerlo fuera
de horas de trabajo. Simplemente, casi de un instante a otro, empecé
a hacer todo esto. No me lo pensé mucho, solo me di cuenta de que me
vendría bien implementar algunos cambios, y a mi pareja también le
sentaría bien. Y lo hice.
Improvisé sobre la marcha y seguí hacia adelante sin mirar atrás.
Ahora que me tomo un momento para pensar en lo que este cambio de
chip supuso me doy cuenta de que es tal y como decía el libro: si
gastas todas tus energías haciendo cosas cada día, todo empieza a
seguir un curso. Desde luego, no se trata de actuar al azar, ya que
tengo un objetivo y la mayoría de mis acciones están orientadas a
hacerlo realidad. Ser un hacedor es más reconfortante y saludable
que ser un postergador.
César P.
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