Viendo
los capítulos finales de una se las series más conocidas de los
últimos años, cuyo nombre no mencionaré solo para evitar spoilers
en
la medida de lo posible, se acaba de desvelar cómo terminarán las
infinitas aventuras de un grupo de amigos que se reunían
habitualmente en un bar de un sótano en Nueva York. El personaje
principal ha soltado otra de sus habituales reflexiones sobre la vida
y, esta vez, me ha parecido más profunda de lo habitual: se
pueden hacer muchas promesas pero nadie puede prometer ser perfecto.
En una pareja lo único que importa es el amor que haya entre ambos.
Este
tipo de reflexiones no me suelen llegar mucho aunque hay algunas que
no están mal pero ésta en particular me ha tocado. Es posible que
el momento en el que la he escuchado haya tenido algo que ver, ya que
andaba un tanto afectado emocionalmente por un suceso anterior. En
cualquier caso, estoy completamente de acuerdo con lo que dice...
euh, llamémosle Jet.
Sí, Jet. Ejem, ejem.
Puede sonar cursi pero hay una gran verdad encapsulada en un
contenedor muy pequeño en las palabras de Jet Mosly. Cuando dos
personas se quieren de verdad y solo cuando eso sucede es cuando son
capaces de compartir lo bueno y lo malo de la vida. A veces hay más
de uno que de lo otro pero solo en lo malo es cuando uno sabe en
quién puede confiar y cuanto. Es la prueba de fuego de cualquier
amistad y relación, ya que es muy fácil estar al lado de alguien
mientras todo va bien pero no lo es en absoluto cuando las cosas
empiezan a torcerse.
Y se torcerán. A todos nos pasan cosas difíciles de llevar o de
solucionar en la vida, es inevitable y solo es cuestión de tiempo.
El asunto no va de intentar librarse de esas situaciones sino de
saber salir de ello, seguir adelante y la gran pregunta es: ¿quién
estará a tu lado en ese momento? Al perecer, nuestra lista de amigos
se reduce tanto que podemos contarlos con las manos cuando estamos
pasando alguna crisis. Curioso, ¿no?
Desde hace años he guardado las palabras amigo o amiga para
referirme a muy pocas personas. Considero que tengo una cantidad
decente de conocidos, tampoco muchos puesto que no soy la persona más
sociable de esta ciudad, pero solo un par de amigos. Y me refiero a
amigos de verdad. Algo así, cambiando un poco los números en ambas
listas, es lo que nos pasa a muchas personas si tenemos en cuenta
quienes nos han acompañado cuando necesitábamos a alguien cerca. Es
curioso que con lo fácil que resulta conocer gente hoy en día, más
solos nos llegamos a sentir.
Algunas personas que son muy sociables que siempre están rodeadas de
gente, ya sea porque quedan o tienen proyectos o actividades grupales
cada semana, me han confesado que a menudo se sienten completamente
solos incluso en medio de una multitud. Es como si no llegasen a
contactar fuertemente con nadie, teniéndose que conformar con un
montón de conexiones superficiales o efímeras. Ese vacío es el que
mata el alma en la sociedad actual.
No es casualidad que en el primer mundo, es decir, en los países con
mejor calidad de vida donde la gente dispone de más dinero, mejor
educación y, en general, de todo cuanto se necesita para tener una
vida cómoda, sea donde se registra un mayor número de suicidios.
Nos sentimos solos y se debe a que las relaciones verdaderas
escasean. El amor está olvidado en una alcantarilla, lo ahogan las
preocupaciones, lo ahuyenta el interminable ajetreo y lo asfixia el
estrés de vivir este estilo de vida.
Disfrutar de la existencia parece un lujo muy caro y es,
paradójicamente, lo más simple de la vida. Pero lo hemos olvidado.
O eso parece ser lo que sucede. La solución es tan simple como tomar
un respiro y cambiar de chip haciendo que cada momento presente que
está por venir valga la pena vivirlo. Y asegurándonos de que el
pasado se queda precisamente donde le corresponde, en el olvido.
César P.
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