Cada año me llega algún relato sobre
cierta cena familiar que acabó mal por esto o aquello. O alguna
historia sobre una cena destinada al fracaso que, por cosas del azar,
acabó siendo genial. Nunca se sabe. En cualquier caso, jamás
entenderé a aquellas personas que por fuerza mayor tienen
que quedar con la familia para cenar en navidad. De lo contrario,
parece que algún cataclismo cósmico los va a aniquilar. Después de
todo, navidad es para la familia, ¿no? Y yo me pregunto: ¿y el
resto del año no es para la familia o qué diantres?
Cuando
consigues aislar a uno de estos elementos de la sociedad y les
interrogas sobre su superchería sobre de la cena de Nochebuena,
suelen responder: “Es que la navidad se cena con la familia”. Si
persisto un poco con mis pesquisas sobre este asunto parecen no saber
qué más decir. Ante la inocente sugerencia de celebrar la navidad
de forma más natural, sin forzarlo, suelen exclamar: ¡pero cómo no
voy a invitar a pepito, pedrito, etc! Es uno de lo síntomas más
evidentes de familitis crónica.
Pues
eso, me encanta la lógica irracional que profesan ciegamente muchas
personas. Aquellos que aún llevándose como el perro y el gato con
sus seres al-parecer-no-tan queridos
ponen buena cara y se sientan en una mesa radiantes por fuera y
llenos de hiel por dentro. Pero, ¡eh!, hay que poner buena cara en
las fotos. La pantomima navideña interminable es otra de esas idas
de olla que caracteriza al ser humano. Todo sea por mantener la
tradición, quedar bien y colgar fotos de estas fechas en algún
sitio. Fascinante, como diría el Sr. Spock.
Estas fechas del
año están llenas de comportamientos compulsivos, estresantes e
irracionales. Actos tan compulsivos como las compras de navidad que
la gente no puede dejar de hacer. Comportamientos tan estresantes
como los que se producen en medio de un tumulto de personas en el
centro de la ciudad y tan irracionales como esa costumbre de comer
mariscos, turrones, más mariscos, etc. Hay muchas personas que se
estresan con todo esto y deciden huir en la medida de lo posible
evitando ir al centro urbano si es necesario, ya que el caos se
cierne sobre esas calles todo este mes y parte del siguiente.
Lo más importante
de los días de fin de año, durante los cuales casi todos tenemos
muchos días libres, es pasarlo bien y aprovechar para recargar las
baterías. Hay quienes no podrán descansar del todo, ya sea por
exámenes que se avecinan, trabajos pendientes o motivos diversos.
Pero aún así, con tanto tiempo libre es muy probable que salga lo
mejor o lo peor de cada uno. Hay quien no deja de comer debido a los
nervios o al aburrimiento. También hay quien aprovecha para
desconectar completamente.
Cada uno debe
encontrar su propia forma de cerrar este año y dar la bienvenida al
que viene. Ya sea celebrando, acudiendo a reuniones o, por qué no,
pasando del tema. Un individuo es un mundo y, por si no lo hemos
notado, lo que vale para otro no tiene por qué valer para uno mismo.
La búsqueda de aprobación o de fotos bonitas no lo es todo, puesto
que hay algo superior que solo se puede encontrar dentro de uno
mismo: el equilibrio que equivale al bienestar.
César P.
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