9 de diciembre de 2014

¿Comprar o no comprar?, he ahí la cuestión


Es lunes en Madrid a las 11 de la mañana de un gélido diciembre que se ha vuelto súbitamente hostil al ser humano. El frío cala en los huesos y se encarga de hacer que te arrepientas de salir de la cama antes de la hora de comer, como pronto. Por las calles se observan coches con los cristales cubiertos de escarcha y, a veces, se ven hombrecillos intentando liberar a sus coches del recubrimiento de hielo con afán. Ardua tarea que un peatón contempla jactancioso, pues él va a pie de un lugar a otro. Y en su camino pasa por una de las grandes tiendas cuyas puertas se abren como fauces hacia una de las avenidas principales de la capital.

Entra, susurran las puertas con su flexible movimiento automático de par en par cuando un viandante osa acercarse lo suficiente. Tras las puertas se levantan incontables niveles de ropa, accesorios, calzado, menaje del hogar, etc. Tantos artículos ordenados minuciosamente para aumentar la sección visible abruman al incauto consumidor atraído por las numerosas ofertas, etiquetas coloridas y sugerentes formas. El arte de la publicidad se dedica a exprimir nuestros deseos internos de forma tal que nos veamos empujados hacia las tiendas como virutas de hierro hacia un imán.

Todos queremos algo, ya sea un perfume, una camisa, un vestido, etc. Pero, ¿lo necesitamos de verdad? Los publicistas y expertos en marketing ganan salarios con un solo objetivo: conseguir que los consumidores compren cosas que no necesitan pero quieren tener. Después de todo, qué mejor que un comprador que llena su casa de objetos innecesarios pero que le gusta comprar, ¿verdad? Como ese segundo ordenador que estaba de oferta o esa tercera televisión para la cocina porque hay que tener una tele en la cocina, ¡no vaya ser que nos aburramos! Y así un sinfín de ejemplos triviales. Estoy seguro de que si miramos alrededor en nuestro salón o habitación veremos al menos tres objetos inútiles pero que están ahí.

Pues bien, alguien hizo su trabajo de forma satisfactoria para que otra persona comprase cualquiera de esos objetos. En eso consiste el delicado arte de vender hoy en día, en la sutileza, en que el comprador no se dé verdadera cuenta de que igual no necesita tantas cosas, o igual no necesita renovar el móvil una vez al año... No digo que no haya que comprar nada salvo lo imprescindible ni que gastar el dinero por gastarlo (por la satisfacción que produce o llamémoslo X) no sea aceptable. Pero sí digo que igual comprar ropa cuando el armario está ya hace tiempo a reventar no es algo necesario.

Hablo de visualizar el panorama desde una perspectiva más amplia y de juzgar el uso del dinero de forma más objetiva. Hablo de evitar la compulsión del consumismo, de aguantar el presión de la publicidad como quien se mantiene firme en la orilla ante una ola que rompe. A veces, es inevitable ceder.

César P.

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