3 de noviembre de 2014

Por qué soy apartidista


Hay unos pocos motivos de peso por los cuales no puedo ser miembro de ningún parido político, ni por activa ni por pasiva, ni ahora ni – muy posiblemente – nunca. Dudo mucho que nadie me convenza de lo contrario alguna vez en mi vida, pero como la vida da tantas vueltas quién sabe. En cualquier caso, hoy por hoy sigo sintiendo un creciente desprecio por la elite política que disfruta de innumerables privilegios a costa del curro de los demás. Y lo peor de todo: lo permitimos.

Por un lado, no estoy a favor del sistema político actual. Y digo no a favor, no en contra, puesto que no veo opciones viables ni alternativas que permitan evolucionar del estado presente a otro estado de mayor equilibrio. De todas las formas de gobierno que se han planteado en la Historia es posible que la democracia sea la más aceptable, a pesar de ser cancerígena en la práctica.

El modelo de gobierno no es, en sí, patológico pero la praxis en la que ha derivado lo es en gran medida. Demasiado. Además, da lugar a no pocos abusos de poder consentidos por los mismos que hacen las leyes. Pero, claro, si quien hace la ley, hace la trampa... quién puede cazarlo. ¿Veis por qué da asco?

Por otro lado, no admito que nadie introduzca creencias o afirmaciones, siquiera, en mi sistemas de ideas sin analizarlas. En otras palabras, nunca acepto la palabra de nadie sin evaluar debidamente la veracidad, fiabilidad y contenido de las mismas. Puede que sea porque soy científico y el escepticismo es mi forma de ver la vida. Es más que una costumbre, es mi forma de encarar la vida misma.

Ahora, pensemos por un momento en los discursitos que sueltan los políticos todos los días. Tengo unas cuantas observaciones al respecto. Para empezar, cómo decirlo, hm... vale, siendo conciso: no saben hablar. Simple y llanamente, no saben hilar palabras, no usan el vocabulario debidamente. No construyen bien las frases, etc. Y no hablemos del contenido de sus mensajes llenos de falacias, cifras sueltas, medias verdades, argumentos de autoridad prestados y hasta plagiados, etc.

Un rollo. Escuchar hablar a los políticos es, para mí, o bien una diversión, o bien un tostón. A veces lo hago para reírme y otras me matan de hastío. Huelga decir que no puedo confiar en las palabras de alguien que no conoce bien las complejidades de su propio idioma, el español. No hablo de hablar sin acento o de usar un lenguaje sin localismos, siquiera. Exijo a quienes me exigen a mí, y al resto de contribuyentes, que hablen correctamente, al menos.

Pero ni eso. Y no mencionemos la demagogia barata. Tampoco mencionemos los habituales toma-y-dacas que consisten en insultarse mutuamente y echarse trapos sucios a la cara. No mencionemos la corrupción, las promesas incumplidas, no mencionemos un largo etc. Concluyo, por todo lo anterior, que soy apartidista y que es muy probable que siempre lo sea. A mucha honra.

César P.

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