Estoy convencido
de que hay días en los que no habría que salir de casa, ya que el
destino nos guarda desventuras por doquier y es vano intentar salir
airoso de tan desbalanceada contienda contra los elementos. Cuando la
lluvia no para de golpear cada centímetro de tu indumentaria, no hay
impermeable que aguante. A la larga, el agua se hace con el camino
hasta el interior de tu ropa y se extiende por diversos recovecos
humedeciendo todo a su paso.
Calarse cuando
hace frío y hay viento no es ninguna experiencia agradable. Si a
esto sumamos una garganta irritada por los diversos vaivenes de esta
época del año, el resultado es un desagradable viaje a donde quiera
que se vaya. El único lugar seguro y confortable para nuestro tracto
respiratorio es nuestra propia cama. No vale nada más en la lucha
contra los elementos. Parece ser que nada iguala al poder curativo de
nuestro cálido lecho.
Sin embargo, estar
malo no hace que el mundo deje de girar en absoluto. Hay que salir.
Hay que ir a clase, al trabajo, a casa a la hora de la comida, de
vuelta al trabajo, vuelta a empezar. El ciclo de la monotonía no se
detiene y la rueda gira incluso cuando el agua es lo único que
parece rodearnos. Incluso cuando nuestro hábitat parece más
acuático que terrestre. En días como estos es cuando hasta los
paraguas más inquebrantables ven su determinación doblarse como una
hoja en el viento ante la atónita mirada de sus dueños, quienes
habían depositado en vano las esperanzas de un viaje exento de agua
en ellos.
Todo lo que pueda
fallar, fallará ante la implacable constancia de la lluvia. La
televisión irá a saltos, la conexión a internet hará lo que le dé
su electrónica gana y, estoy seguro, los móviles actuarán más
raro que otros días. Lo saben. Saben que es el día adecuado para
confabular en tu contra, el mundo entero se alía para hacerte de tu
vida un día inolvidable. Ten por seguro que
las nubes son quienes lideran la conspiración, han estado esperando
pacientemente el día más adecuado, ese en el que debes hacer algo
importante.
Así que mejor disfruta bien de ese café caliente de la mañana, el primero del día, cuando aún no se te ha ido el día de las manos y despídete de tu oasis de confort. Te espera la vida misma.
Así que mejor disfruta bien de ese café caliente de la mañana, el primero del día, cuando aún no se te ha ido el día de las manos y despídete de tu oasis de confort. Te espera la vida misma.
César P.
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