En España somos vagos, eso se sabe desde antiguo. Es una
verdad que nos perseguirá hasta el final de los tiempos, según parece. La
vagancia se adquiere a los pocos años de edad y se asienta tanto en el subconsciente
de las personas que alcanza límites insospechados con el paso del tiempo. En mi
trabajo puedo ver la vagancia en su estado más explícito, tanto en alumnos a
los que doy clase como en sus padres.
Los jóvenes aprenden a ser vagos en casa. Cuando un padre de
familia me pregunta: “¿Ha hecho los deberes?” ya sé de qué pie cojea. Es el
tipo de padre más habitual, el que no se toma el tiempo de comprobar si su
hijo/hija ha hecho algo desde la última vez que yo aparecí en el portal de su
casa. Pocos son los padres que realmente se involucran en el estudio y
aprendizaje de sus propios hijos como para llevar cuenta de algo tan básico
como la completitud de los deberes asignados.
Por otra parte, los mismos alumnos aparecen con excusas
variopintas para no tener los deberes hechos. Algunos me dicen que se fueron al
pueblo (donde no es posible estudiar, supongo), otros que estuvieron de cena
(todo el día, supongo), alguno me es más honesto y me admite que se le olvidó,
etc. Hay de todo un poco, algunos son más descarados y me dejan claro que no
les importa en absoluto hacer los deberes que les mando. Unos pocos, en cambio,
los llevan al día y me preguntan dudas. Por esta minoría de alumnos es que mi
trabajo llega a ser gratificante.
Me hace gracia que algunos padres de familia se indignen
ante la vagancia de sus hijos. El escenario tiene el mismo formato a menudo, el
alumno puede tener problemas de aprendizaje pero su progenitor achaca que todo
se debe a su vagancia. Que podría ser en algunos casos pero no en todos,
algunos jóvenes necesitan ayuda que yo puedo diagnosticar pero no ofrecer. Este
es el caso de quienes acarrean un serio problema de aprendizaje debido a
diversos factores.
“Es que no hace los deberes” o “es que no estudia” o “si es
que no deja el Whatsapp…” me dicen algunos padres en tono quejumbroso
refiriéndose al motivo por el cual su hijo o hija no lleva bien la asignatura.
Y yo me pregunto, si sabes de qué pie cojea como me dices, ¿por qué no te
sientas a hacer los deberes o a estudiar con tu propio hijo/hija? No es
legítimo pretender que alguien que solo va unas horas a la semana a impartir
clases también haga de papá o mamá, ¿no?
La cadena de la vagancia se extiende en éste y otros muchos
ámbitos impidiendo que las personas se esfuercen por conseguir sus objetivos.
Por eso en este país la mediocridad campa por doquier con libertad. ¡Vale ya!
César P.
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