4 de junio de 2014

El estigma de cometer errores

Todos cometemos errores. Eso es un hecho incuestionable y una verdad tan innegable como que el sol sale cada día. Algunos errores son fáciles de enmendar o carecen, a efectos prácticos, de repercusiones. Pero otros no, otros no desaparecen tan fácilmente. Hay errores que se pagan muy caro y por mucho tiempo. Y también hay algunos que nunca se terminan de pagar, cambiando nuestras vidas para siempre.

Hay varios tipos de personas en este mundo. Se pueden clasificar de muchas formas pero no vamos a entrar en eso. En resumen, hay quienes se preocupan por los demás y quienes solo se preocupan por sí mismos. El mundo sería muy distinto si hubiese más personas del primer tipo aunque lo más sano es un equilibrio de ambos comportamientos.

Conozco a un joven que lleva actualmente una carga muy pesada. Tuvo un estado mental autodestructivo durante años como consecuencia de una filosofía de vida perjudicial y tal vorágine se alimentó de ciertas circunstancias personales desfavorables. Conozco muy bien lo que ese joven vive porque soy su principal confidente.

Su última y más grandes desgracia es haber descuidado y destruido la relación sentimental que mantenía hasta hace poco. Esa relación era lo más importante para él, paradójicamente, pero no pudo demostrarlo ni hacerlo notar. No supo cuidar la relación y se terminó. Ahora, él intenta enmendar sus errores mientras sigue un tratamiento para salir del pozo en el que se encontraba su mente.

El problema es que casi nadie confía en él y la mayoría de sus esfuerzos se estrellan contra la pared del rechazo y la indiferencia. Este joven ha intentado llevarse bien con su ex pareja e incluso tener gestos de afecto con ella pero no ha obtenido nada aparte de indiferencia. Algo que no debió romperse está roto. Y ahora mismo no hay forma de que pueda enmendarse.

La única solución parece ser dejar pasar el tiempo y cesar los intentos por mantener una relación con muestras de afecto. Es una conclusión a la que hemos llegado no sin esfuerzo y con largas horas de conversación. No parece haber más opción, ninguna alternativa viable en estos momentos. Y por duro que parezca, el tiempo y la distancia son el único remedio.

Aún así, nada asegura que esta herida vaya a cerrarse alguna vez. Es posible que no lo haga y con ello mi amigo va a tener que aprender a vivir. Hablo con él a menudo para animarlo y puedo ver que mejora poco a poco. Las recaídas son habituales pero es lo que hay. Como suelen decir algunas personas, el tiempo lo cura todo.


Ánimo colega, no estás solo. La vida continúa.

César P.

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