Hoy he leído un
comentario en la Internet que decía literalmente “entre lo que me pagan y lo
que debo gastar cada mes para ir al trabajo, gano menos que lo que me pagaría el paro”. Esto evidencia una aparente
contradicción que, sin embargo, se está volviendo una realidad. Los trabajos “basura” están aumentando más que las moscas
en verano y no tiene pinta de que esta situación vaya a cambiar en un futuro
cercano. Esto resulta realmente preocupante en todos los sentidos y para todos,
tanto para trabajadores como para
parados.
¿Dónde está el límite?
Debe de colocarse la
línea en alguna parte. Una frontera imposible de pasar que no permita que los
trabajadores sean “explotados” o que se les tenga en condiciones que dejan
mucho que desear. Es preciso poner este límite y esforzarse por cumplirlo; y
hacerlo cumplir. No es admisible que haya personas que cobren más estando en el
paro que en activo, pues entonces convendría no trabajar (no aportar nada a la
sociedad) y recibir dinero gratis.
Sobra decir que tal
situación sería insostenible. Por ello, debemos de mantener una situación que sea aceptable y justa para
todos. Los contratos basura que proliferan a día de hoy son posibles debido
a las sucesivas reformas laborales, las cuales en vez de proteger al trabajador
permiten que el empleador despida de forma masiva. Entonces, me pregunto, ¿no debería
ser una prioridad que el trabajador viviese en buenas condiciones para ser más
productivo? Después de todo, ¿no es el trabajador quien mantiene en movimiento
la maquinaria económica?
Luego, si descuidamos al
trabajador, atentamos contra la base misma de la economía. Creo que ya quedará
claro a dónde quiero llegar…
Perder el norte
Hace unos pocos años,
había un “precio” aproximado por el cual se realizaban servicios de todo tipo. Para ser competitivos, muchas personas
optaron por reducir precios y conseguir, de esta forma, más clientes. Sin embargo,
no se puede dar algo por nada a cambio.
Lo que sucede actualmente
es que las personas están tan desesperadas por obtener dinero que cobran precios que se encuentran, a
todas luces, “por los suelos”. La
competitividad de antaño se ha transformado en competencia desleal y
desfigurada; gana quien se atreva a cobrar menos.
¿Cuáles son las consecuencias de esto? Por lo menos dos. Si muchas personas empiezan a
regalar sus servicios, los precios que los demás quieran pagar caen y los
profesionales que quieran ofrecer calidad no tienen más opción que adaptarse.
Esto repercute en la calidad del trabajo, lo cual ya no es una prioridad.
Además, ¿dónde queda la dignidad del trabajador?
Desde luego, quien tenga que elegir entre comer un mes más o ser “digno”
elegirá lo primero, a la larga, pues de
dignidad no se vive. Este es el gran problema actual en España, uno que el
Gobierno se niega a resolver y, lo que es peor, una situación que está
fomentando con cada “reforma” laboral.
César P.
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