Sabemos que hace falta un cambio en el sistema educativo de este
país. Es más, lo sabemos desde hace años. Sin embargo, seguimos viendo lo mismo
en cada nueva gestión: nuevo mandato,
nuevo sistema y nuevo fracaso.
¿Qué sentido tiene cambiar de sistema educativo cada 4 u 8 años?
Pues, muy poco. No hace falta ser un experto para imaginar esto.
Remover las bases de un
sistema para imponer otro solo porque se ha
llegado al mandato y hay que removerlo todo hace que los que empiezan
estudiando en uno de estos modelos educativos posiblemente no terminen en el
mismo o incluso pasen – en un caso de extremo infortunio – por más
de dos sistemas distintos.
Para un alumno, y desde su
punto de vista, es posible que esto no repercuta en absoluto. O, incluso, puede
parecer favorable ya que suele ser el caso que año tras año se quite contenido
de los temarios y se haga más asequible la enseñanza a los alumnos con
mayores dificultades.
Reducir la dificultad al
alumno durante sus años de educación escolar para reducir el fracaso escolar,
según la lógica de quienes realizan estos cambios, es una falacia y, además,
una trampa. Me explico. Haciendo más fácil la vida del alumno éste se
acostumbra a no esforzarse para
conseguir unos objetivos (aprobar un examen) en la vida.
Esto es una lección
totalmente errada para la vida como adulto pues, como todos sabemos, las cosas
nunca se ponen más fáciles en la vida. Antes, más bien, lo contrario. A menos
que se tenga mucha suerte. Pero la suerte no la necesita quien está bien preparado
y tal debería ser el objetivo de la educación obligatoria: formar a buenos alumnos. Bajar el listón va en contra de tal
objetivo.
La adaptación del modelo
educativo al alumno es una inconsistencia. El alumno es quien debe
aprender, estudiar e investigar para alcanzar los conocimientos necesarios para aprobar sus asignaturas. Aprendiendo
que las cosas funcionan así en la vida, de paso, el alumno recibe una lección
que le servirá cuando sea adulto. La responsabilidad se debe aprender en los
años de escuela e instituto. Al parecer algunos no han aprendido nunca esta
cualidad.
Por otra parte, y en contra
de lo que claman algunos informes, no se ha visto que el fracaso escolar en España se haya reducido con las sucesivas
reformas educativas. En realidad, se ha mantenido constante o incluso ha aumentado, en algunas localidades.
Preocupante.
En el mundo en el que
vivimos hay un orden natural y es
éste: con el paso del tiempo tenemos acceso a más información y
conocimiento. Entonces, ¿qué sentido
tiene dar menos contenido a los alumnos durante su educación obligatoria?
Muy poco.
Lo adecuado sería adaptar la enseñanza a nuestra actualidad pero
sin recortar, como se ha venido haciendo, contenido para facilitar la enseñanza
o para disminuir el fracaso escolar.
Dicho fracaso se debe por el
mecanismo del sistema educativo, no por el volumen de los contenidos. Es
preciso, pues, un cambio a gran escala.
La estructura, financiación y la imagen de la educación en España deben de
renovarse. Y ahora, más que nunca, invertir
en educación, formación de profesionales e investigación.
Y, ¿cual es la clave para
conseguir esto? El consenso. Los partidos políticos, pequeños y grandes,
de este país deben de sentarse a acordar una ley educativa que sea duradera y
tenga todo lo que España necesita actualmente. Basta ya de rencillas y de
intentos de imponer las ideas propias. Es hora de madurar, de buscar el bien del país por encima del bien
de uno mismo, de sus ideales o de su partido político. Si esto no se hace,
todos perdemos.
Tenemos ejemplo, entre los
países nórdicos, de lo que son buenos sistemas educativos y vemos también que
dichos países no han sido tan afectados por la crisis como otros. Todo está
relacionado, siendo la educación la
fuente de todos los bienes de un país.
Sin futuros nuevos
profesionales de buen nivel España estará en una situación precaria para
cuando, finalmente, salga de la crisis. Toca hacer los deberes.
César P.
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