Si nos dejáramos llevar por las noticias
que aparecen con incesante ritmo en cualquier espacio por cubrir de los diarios
de estos tiempos del mundo, pensaríamos que el Papa Francisco I no ha hecho
otra cosa desde su asunción que reunirse con personajes de diversa estirpe a
decidir cómo seguirá el mundo durante los próximos años. Antes que un líder
eminentemente religioso de un credo de fuerte presencia en occidente
-credenciales que podrían justificar el reconocimiento y la congratulación
hasta el exhorto por parte de mandatarios el día de su asunción como sumo
pontífice-, Jorge Bergoglio parece estar oficiando como medium de Dios en la Tierra.
Ya no hay rey que necesite alianzas
espantosas con el clero para justificar su despotismo, pero existe un escenario
en el que una café -o té, o mate- con el ilustre de moda entra en cartilla como
un pendiente inaplazable.
Como bien puede percibirse, una vez que se
alcanzan posiciones de poder con mucha exposición pública, las reuniones no
dejan de sucederse. Supongo que los interesados tienen la capacidad de
exigirlas en vez de solicitarlas y que, a la recíproca, el requerido puede
recibir u omitir la petición. Las más de las veces son reuniones que no se
traducen en nada más que declaraciones oportunas de quien visita al anfitrión
lo agradable que ha sido mantener determinada reunión con esa determinada
persona. Se destaca su humanismo, su lucidez, su conocimiento sobre los
conflictos mundiales y/o particulares en el país del visitante (quien siempre
lleva su vívido relato de los hechos que se traten), su interés en resolverlos,
su vocación de diálogo y su compromiso con las nuevas generaciones.
Veamos esta situación en el llano, bajando
a lo que cada día sucede en nuestro mundo y, como en el diario de hoy no
aparece lo que nosotros hicimos ayer, solamente nos queda conocer a través de
lo que se divulga de esos encuentros. Según nos dicen -y ratifican fotografías-
se han reunido en el día de ayer el papa Francisco I y el secretario general de
las Naciones Unidas Ban Ki-Moon. A priori es un encuentro oportuno: resignado a
que los Objetivos del Milenio, decididos con mucha pompa en el año 2000, sean
reducidos a su mínima expresión cuando dentro de mil días haya que rendir
cuenta de ellos, granjeándose la simpatía del Papa puede encontrar en él un
aliado.
Tan algodonada por estas premisas resultó
la reunión que Ban Ki-moon encontró palabras rimbombantes al ser consultado por
sus impresiones tras la reunión. “El Papa ha reiterado en voz alta su compromiso
con los pobres y yo aprecio además su profundo sentido de humildad, su pasión y
su compasión, dirigidas a mejorar las condiciones humanas”, para agregar que
“es la voz de los que no tienen voz.”. Desde el Vaticano también salió un
comunicado en el que se manifiesta que la reunión entre ambos apuntaba a
expresar “el aprecio que la Santa Sede siente por el rol central de la
Organización de las Naciones Unidas en el mundo, la promoción del bien común de
la humanidad y la defensa de los derechos fundamentales del hombre.
No es nueva esta comunión de ideales entre
el organismo internacional y la Santa Sede. De hecho, los últimos 3 Papas
(Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI) aceptaron la invitación y se desplazaron
hacia los cuarteles generales de la ONU en Nueva York y todos ellos también expusieron
frente a la Asamblea General. Me permito pronosticar que ninguno de ambos
órganos saldrá jamás de la formalidad seca, acartonada y pasiva que no atiende
la realidad, ni mucho menos la transforma.
Tolxoko.
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