12 de abril de 2013

La comunión entre ONU y Vaticano.


Si nos dejáramos llevar por las noticias que aparecen con incesante ritmo en cualquier espacio por cubrir de los diarios de estos tiempos del mundo, pensaríamos que el Papa Francisco I no ha hecho otra cosa desde su asunción que reunirse con personajes de diversa estirpe a decidir cómo seguirá el mundo durante los próximos años. Antes que un líder eminentemente religioso de un credo de fuerte presencia en occidente -credenciales que podrían justificar el reconocimiento y la congratulación hasta el exhorto por parte de mandatarios el día de su asunción como sumo pontífice-, Jorge Bergoglio parece estar oficiando como medium de Dios en la Tierra.


Ya no hay rey que necesite alianzas espantosas con el clero para justificar su despotismo, pero existe un escenario en el que una café -o té, o mate- con el ilustre de moda entra en cartilla como un pendiente inaplazable.

Como bien puede percibirse, una vez que se alcanzan posiciones de poder con mucha exposición pública, las reuniones no dejan de sucederse. Supongo que los interesados tienen la capacidad de exigirlas en vez de solicitarlas y que, a la recíproca, el requerido puede recibir u omitir la petición. Las más de las veces son reuniones que no se traducen en nada más que declaraciones oportunas de quien visita al anfitrión lo agradable que ha sido mantener determinada reunión con esa determinada persona. Se destaca su humanismo, su lucidez, su conocimiento sobre los conflictos mundiales y/o particulares en el país del visitante (quien siempre lleva su vívido relato de los hechos que se traten), su interés en resolverlos, su vocación de diálogo y su compromiso con las nuevas generaciones.

Veamos esta situación en el llano, bajando a lo que cada día sucede en nuestro mundo y, como en el diario de hoy no aparece lo que nosotros hicimos ayer, solamente nos queda conocer a través de lo que se divulga de esos encuentros. Según nos dicen -y ratifican fotografías- se han reunido en el día de ayer el papa Francisco I y el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-Moon. A priori es un encuentro oportuno: resignado a que los Objetivos del Milenio, decididos con mucha pompa en el año 2000, sean reducidos a su mínima expresión cuando dentro de mil días haya que rendir cuenta de ellos, granjeándose la simpatía del Papa puede encontrar en él un aliado.

Tan algodonada por estas premisas resultó la reunión que Ban Ki-moon encontró palabras rimbombantes al ser consultado por sus impresiones tras la reunión. “El Papa ha reiterado en voz alta su compromiso con los pobres y yo aprecio además su profundo sentido de humildad, su pasión y su compasión, dirigidas a mejorar las condiciones humanas”, para agregar que “es la voz de los que no tienen voz.”. Desde el Vaticano también salió un comunicado en el que se manifiesta que la reunión entre ambos apuntaba a expresar “el aprecio que la Santa Sede siente por el rol central de la Organización de las Naciones Unidas en el mundo, la promoción del bien común de la humanidad y la defensa de los derechos fundamentales del hombre.

No es nueva esta comunión de ideales entre el organismo internacional y la Santa Sede. De hecho, los últimos 3 Papas (Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI) aceptaron la invitación y se desplazaron hacia los cuarteles generales de la ONU en Nueva York y todos ellos también expusieron frente a la Asamblea General. Me permito pronosticar que ninguno de ambos órganos saldrá jamás de la formalidad seca, acartonada y pasiva que no atiende la realidad, ni mucho menos la transforma.

Tolxoko. 

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