18 de abril de 2013

La batalla por Venezuela.


Venezuela ha elegido a su presidente hasta el 2019: Nicolás Maduro asumirá este viernes la presidencia.

Era cuestión de tiempo volver a encontrarnos hablando de Venezuela una vez más. Desde la muerte de Hugo Chávez Frías hasta la elección del último domingo restaban cumplirse varias etapas formales y materiales antes de saber si Enrique Capriles, candidato opositor, o Nicolás Maduro, heredero político de Chávez, vicepresidente electo en las elecciones de noviembre, conducían la República Bolivariana durante los próximos 6 años.


Las elecciones arrojaron resultados ajustados: Maduro se impuso con el 50,8%, sobre un 49% de Capriles, una diferencia que transformada en electores es de 265.000 votos. Mucho más importante que en el número, la escasa diferencia tuvo un efecto previsible sobre el pueblo. Lejos de asumir la derrota y preparar su rincón opositor displicente y oportunista como tan magistralmente sabe hacer, Capriles llamó a sus votantes a tomar la calle e impugnar el proceso eleccionario. El margen escaso le brindaba una plataforma ideal para enturbiar la democracia venezolana. Así, desafiando al mensaje concluyente de las urnas, las cacerolas, o el pálido ruido de la hojalata machacada, respondieron empuñadas por sus culinarios propietarios al llamado del disidente Capriles. Eso fue sólo el preludio. Las manifestaciones del domingo abrieron paso a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre venezolanos que a día de hoy se ha cobrado 7 vidas. El hecho de que las víctimas sean chavistas es sintomático.

Nada han tardado los sultanes del mundo en poner en duda los resultados de las elecciones y mucho han hecho por cuidarse de proclamar, mejor dicho, de reconocer, al vencedor. Da que dudar en un país en el que el proceso eleccionario tiene reputación sobrada para hacer frente a cualquier cuestionamiento. Abundan los pronunciamientos en relación a la fiabilidad y transparencia de las votaciones en Venezuela, hecho que pudo ser contrastado en el 2012, cuando no solamente una jornada irreprochable y el amplísimo margen amainaron los ánimos golpistas siempre latentes de la carroña opositora que ya imaginaba una Venezuela descabezada por la muerte de su líder. Lamentablemente, al poco tiempo de esa fantasía, se informó que la salud del comandante Chávez Frías empeoraba y debió plantearse una posible transición. Dicha transición al tiempo que forzó a Nicolás Maduro a ponerse en piel de candidato oficialista activó, a no dudarlo, sirenas y señales luminosas en los Aliados Unidos.

Los Aliados Unidos ya no es simplemente Estados Unidos. Si se tratara solamente de ellos el problema sería de magnitudes preocupantes, pero para hacer la escena todavía más amenazante involucra también a grandes potencias europeas de las que disputan realidades del otro lado del Atlántico. Para ellos lo esencial es borrar cualquier vestigio del comandante Chávez, imponer la lectura de que las dos mitades de Venezuela, una idea dicotómica instalada generosamente en medios del mundo, bajo ningún punto de vista podrían entrar en concordancia ante la evidencia de un resultado como el del domingo. No, para ellos lo esencial -meta alcanzada- era acercarse tanto como posible al mínimo margen. Esto permitiría generar el contexto propicio para plantear un fraude electoral y exigir mayores garantías.

Así, la imagen que se nos ofrece casi hegemónicamente es que la denuncia de fraude electoral y la agitación del pueblo voltear un gobierno electo por una mayoría calificada son apenas los pasos necesarios para hacer migas de la democracia. Recomiendo llevar la atención durante los próximos días a la prensa independiente para mantenerse informado.

Tolxoko

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