12 de abril de 2013

EEUU, el padre nuclear de los estados de la ONU.


Es esta una semana en la que ponemos el ojo sobre la ONU. Es que estos últimos días han estado trabajando en la Asamblea General. En caso de que alguno lo desconozca, la ONU se divide en varios órganos que quizás próximamente podamos discutir: la  Asamblea General, el nefasto Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social y la Corte Internacional de Justicia de La Haya son los más importantes. En la Asamblea General tienen representación 193 Estados Miembros y en ella, cuando el deber llama, cada estado envía su delegación para discutir un tiempo y emitir resoluciones puramente formales o, en momentos de arduas tareas, votar y suscribir tratados.


Hacemos aquí un alto para no dejar a nadie afuera. ¿Qué es un tratado? Es la forma en la que los Estados que los suscriban se comprometen frente a los demás estados a respetar un marco normativo que no es el que el poder legislativo de sus países sanciona. Han sido, lo son y seguirán siendo, un tema polemizado y bastardeado hasta el paroxismo dentro de cada país. Por bonitas que parezcan las sesiones de la Asamblea General, y aunque excepcionalmente las fotografías muestran el máximo número posible de mandatarios dentro del mismo recinto, la regla es que participen comisiones que, cuando la fortuna acompaña, la integran el canciller del estado y sus colaboradores y muchas veces ni siquiera eso. Análogamente, la letra de los tratados es holgadamente más hipnótica que la puesta en marcha de las propuestas o medidas adoptadas en ellos. La redacción de los tratados se pincela con palabras siempre a tono y acumulan firmas al pie.

El martes último se reunió la Asamblea General y se votó el Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas. La idea declarada es que cada país tome control sobre las transacciones de armas convencionales (tan convencionales como tanques de guerra, los vehículos de combate blindados, los sistemas de artillería de gran calibre, aviones y helicópteros de combate, buques de guerra, misiles y cohetes, así como las armas pequeñas y ligeras) que se realicen dentro de su territorio para determinar si podrían utilizarse para evitar un embargo internacional, cometer genocidios, violaciones graves a los derecho humanos o en provecho de terroristas o criminales. Todo esto después de siete años de conversaciones. El texto contó con 154 votos a favor, 3 votos en contra y 23 abstenciones, lo que representa una mayoría superior a los 2/3 que se exigen ordinariamente para su aprobación; ahora deberá ser ratificado por cada uno de los estados siguiendo un camino similar al de una ley y comprobando que no existan incompatibilidades entre el flamante tratado y las Constituciones Nacionales. Como una especie de válvula de transición, no entrará en vigor hasta la quincuagésima ratificación (50°), una medida naturalmente imprescindible para que el compromiso resulte efectivo, para lo cual todavía podrían faltar varios años.

Mientras tanto, aunque cada mes aparece un nuevo episodio violento en el que armas de particulares se vuelven contra los ciudadanos, en Estados Unidos los lobbies que comanda la Asociación nacional del Rifle (NRA) ya empiezan a sembrar los primeros escollos para que el Tratado valga lo mismo que un folletín.

En días de tensión con Corea del Norte por armamentos nucleares, siguen intentando hacernos creer que el único país del mundo preparado para desarrollar armamento nuclear son ellos mismos. No puedo evitar imaginar cada vez que escucho a algún funcionario norteamericano hablando de la amenaza que algún otro país representa a un padre piromaníaco diciéndole en navidad a  su hijo de 38 años de edad, que solamente él podrá encender los cohetes después de la cena. “¿Por qué yo no puedo y tú sí?” le pregunta el hijo (país villano de turno) a su padre (Estados Unidos, siempre en papel de padre, claro). El padre lo mira, pierde todo sesgo paternal complaciente, adopta los modos de un jubilado gruñón y responde -homenajeando a Star Wars-  “Porque soy tu padre”. Así están las cosas en este 2013.

Tolxoko.

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