14 de marzo de 2013

Viejo continente, nueva pobreza.


Dado que oficio como columnista invitado desde el hemisferio opuesto creo oportuno comentar, disculpándome de antemano por las informaciones que puedo manejar erróneamente por no despertar cada día en España, cómo se ve la crisis europea desde afuera.

La Nación es un diario argentino fundado por un prócer nuestro en la década de los 80, pero no del último siglo, sino del anterior. Como reflejo de esa época, es un diario tradicionalista, conservador y como tal, reaccionario. Sin ánimo de entrar en la historia de la prensa de mi país, voy directo a lo que dispara esta entrada, que es una nota publicada en el suplemento económico de este diario el último domingo. Naturalmente, el domingo es el día en el que los diarios queman sus naves, ilusionados con alcanzar buenas ventas. Buenas ventas implican atravesar con tranquilidad una semana en la que, si no renuncia el Papa o no muere el líder de un país tropical de América Latina, indefectiblemente venderán menos que la anterior. Los ritmos que marca esta hermosa aldea global.

La nota se titula “El regreso de un nuevo rico a la vieja pobreza”. Es difícil encontrar lecturas nuevas sobre una situación que se consolida y enquista cada vez más, como sucede con en la que se encuentra Europa desde hace varios años y esta nota no hace mucho aporte nuevo, así que el principal mérito es poner a mi alcance algunas cifras que, tan secas como insoslayables, podré utilizar hoy. Ante todo, los mileuristas. Parecería que uno de los indicadores más efectivos de lo mucho que crece -o, como sucede en estos momentos, se estanca- una economía es fijarse en ellos. La salud del país puede medirse a partir del porcentaje de la población que vive con hasta 1100 euros por mes. ¿Por qué? Porque ese es el piso de la clase media. ¿Y saben ustedes cuál es el número de mileuristas que me informa La Nación? El 57% de la población. Si usted, querido lector ibérico, se encuentra entre los afortunados que están por encima de los 1100 euros, ha de estar exceptuado de las penurias de estos trabajadores. Me parece un absurdo. No sé qué valor tendrá el mileurismo en España, pero desde aquí me parece poco síntoma.

La Nación habla de la clase media española como si retratara la clase media de una España que acaba de conquistar América, en tiempos de Isabel. Ni una palabra a las grandes fallas estructurales: no se habla de salud, ni se nombra la educación. No se dice que la solución se busca por el recorte del gasto público en hospitales, que se empieza a exigir seguro médico, que la escolarización de los niños comienza a dejar de estar garantizada. No, es todo una sinécdoque, la parte por el todo.

Angela Merkel habla de una Europa de dos velocidades, con países que cargan el lastre por sus vecinos holgazanes. Alemania y Francia son los adultos de la reunión, y tienen potestades para decir lo que encuentren en su deber decir; pueden, y de hecho lo hacen seguido, reprobar a los países que toman su deuda y ponen en duda si la moneda en la que la pagarán cuando llegue el día de saldarla será esa misma moneda única que ya cumplió más de una década circulando.

Hay un dato que sí me da un panorama un poco más útil: desde el 2007 a la fecha, se han realizado cerca de 400.000 ejecuciones hipotecarias, lo que es una forma elegante de decir que 400.000 familias se quedaron sin casa. Así toma otro color, ese sí es un número que preocupa y que, lo que es peor, seguirá creciendo. Seguirá creciendo, creo yo, no por obra y gracia de Mariano Rajoy o de Zapatero, ni la oposición de Griñán o Rubalcaba a todo lo que se haga en un sentido o en otro, sino porque el crédito opera sobre las personas igual que sobre los países: es una herramienta de sometimiento. A mayor deuda, mayores restricciones, menos libertades. Y esa ecuación vale para cualquier parte del mundo.

Tolchoko

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