Durante los próximos
días habría que suspender el curso de la vida sobre estas tierras para despedir
-sin pensar en lo que vendrá- a quien trajo a la región un aire nuevo. El
recorrido que una noticia de esta índole hace es caprichoso. Quizás gente que
ha estado pendiente de la evolución del estado de Chávez se entera por un
familiar o amigo ajeno, u opositor, que el líder venezolano ha fallecido en
Caracas un martes de marzo por la tarde. Es curioso cómo, sea de la forma que
sea, la mayoría recuerda qué hacía o dónde estaba en el momento de enterarse.
La muerte de Chávez implica un cambio de
paradigmas. Nunca más necesario quitarle a la ciencia un término que en estos
momentos en lo que Latinoamérica se debate entre el lamento y la expectativa.
Hay desazón, se percibe, es fácilmente palpable. La muerte de Chávez, a pesar
de las apariencias, no es la crónica de una muerte anunciada. Había en torno a
su recuperación una marea permanente de buenos pronósticos. El cáncer había
sido detectado hace casi dos años y desde entonces los viajes a Cuba para
tratarlo habían tenido cada vez mayor frecuencia. La última estancia en la
clínica de La Habana se extendió más de dos meses y estuvo marcada por
episodios bochornosos, como la publicación de esa fotografía que fue portada de
El País, que provocó el repudio de la ciudadanía y de los pocos medios que
todavía tienen algo de entereza, o trascendidos adjudicados a anónimos
colaboradores estrechos del mandatario. Contra estos titulares, más expresión
de deseo que realidad, su regreso a Venezuela la última semana era un hito más
en lo que marcaba su acercamiento a la asunción.
Diosdado Maduro ocupa la presidencia
interina por haber acompañado a Chávez en la fórmula que los ungió antes de fin
de 2012 como representantes del pueblo durante otro periodo. Su anuncio por
cadena nacional informando la muerte de su colega es emotiva, conmovedora,
frágil. No es habitual ver a una figura pública expuesta como se le vio a
Diosdado. Para muchos, es el sucesor de Hugo Chávez. Así lo señaló él mismo
cuando en diciembre viajó a La Habana para iniciar el tratamiento. Habrá que
esperar a las elecciones presidenciales que habrán de realizarse de aquí a 30
días para ver el devenir de la cuestión.
¿Cómo es posible que nos obliguen a hacer
los balances de la gestión post muerte? Debe ser que la muerte golpea de frente
y muy fuerte contra, sino no puede explicarse. Hasta el momento en que una
persona desaparece físicamente, su legado tiene una cierta significación que sólo
es posible completar en el momento de su fallecimiento. Y aunque sea un hecho
extensivo a toda la especie humana, en figuras públicas de gran ascendente
sobre el pueblo, esas muertes funcionan dando dinámica de gran familia al país
o a la región. En Argentina -desde donde escribo- la muerte de Néstor Kirchner
en 2010 tuvo algunas notas comunes con lo que se ve en estas horas. Un fervor
popular absoluto como protagonista máximo de la jornada, el reconocimiento de
sus pares, un estado de conmoción y parálisis política que es consecuencia de
una muerte no deseada.
La oposición en Venezuela tiene un
representante. Su nombre es Henrique Capriles, y no tiene el mismo modelo de
país en mente que el que el país de las telenovelas viene teniendo a la vista
durante los últimos 14 años. Las transformaciones son procesos largos, lentos y
constantes. Nadie podrá decir que los cambios no se ven o no se sienten. Serán
días estos de ver la figura grande y llamar las cosas por su nombre. Por
simpático, empático o antipático que les pareciera Hugo Chávez, dediquen estos
días a comprender la magnitud de esta muerte.
Tolchoko
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